Luggina llegó nuevamente a casa con una gabardina cubriendo la malla que llevaba puesta en su cuerpo.
Como es costumbre de llegar y meterse a la cama como está.
Al día siguiente la nana Zuria, como cada mañana la levanta.
— Hija,ya es hora, Por favor. Ya levántate se hace tarde te esperan para el desayuno.
— Nana, cinco minutos más por favor.
— Yo te daría el día entero. Hija no veo la necesidad de hacer esto. Vive tu vida de forma normal. Mírate, trasnochada como una condenada solo ¿para que?.
— Nana, se lo que quieres decirme, nací y crecí teniendo lo todo sin esfuerzo. Quiero sentir lo que es lograr algo que te cueste.
— ¿Y eso que haces te cuesta?
— Si Nana, me cuesta el ensayo, la preparación, nadie sabe que ese lugar es mío, me exigen como una más de ellas.
— Hija, temo que lo descubra tu madre, ya sabes cómo se pone ella cuando sales con tus cosas raras.
Luggina sintió una presión en su pecho, engañar a su madre era lo que más le dolía.
— Madre perdóname. — Pronunció en un sus