Claramente Julieta se iba a quedar con el puesto de asistente. No se iba a rendir así de fácil. Era caprichosa, cuando quería algo, lo conseguía.
Empezó a llegar diariamente al apartamento a la hora que sabía que Lía se despertaba, o sea, a las siete de la mañana.
Oliver era el que le abría la puerta y soltaba un largo suspiro cuando la veía.
—No debes llegar tan temprano —le decía—. Apenas se está levantando.
Pero Julieta lo ignoraba por completo. Entraba con emoción y se dirigía a la oficina, ahí ya estaba Lía, tomando su jugo verde de la mañana con rostro de desagrado.
Julieta se acomodaba con su tableta de dibujo y herramientas de trabajo como unos audífonos (porque le gustaba dibujar con música) y sus pantuflas para ponerse cómoda.
Lía le informaba con qué debí