Randy no frunció el ceño; su rostro se contorsionó en una mueca de agonía y furia, como si cada rayo de luz fuera un puñal en su carne. Un grito de dolor, un lamento que heló la sangre, escapó de sus labios mientras sentía cómo su poder, ese que había cultivado durante siglos, se desgarraba, se *desvanecía* como humo en el viento.
—¡NO! ¡NO! ¡MALDITA SEA! ¡ESTO ES IMPOSIBLE! —Su voz era un alarido de desesperación, un rugido de impotencia que resonaba con la furia de un dios destronado. Sus manos se aferraban al aire, intentando desesperadamente, inútilmente, aferrarse a los jirones de su poder que se desvanecían, su control sobre las criaturas ya disuelto como un sueño. Esa fue la única oportunidad que tendrían, el único resquicio de esperanza en un mar de agotamiento. Arya y Arion, con una sincronía forjada en años de batallas y una vida compartida, no dudaron. Se lanzaron hacia Randy como dos flechas implacables, sus cuerpos doloridos, sus pulmones a