—Buenas tardes, Ale —le dijo.
Doña Alejandra, al oírla desde su porche, solo pensó para sus adentros Ahí va otra vez, dio un suspiro, volteó hacia Eugenia, que se acercaba a la reja, y contestó:
—¡Buenas tardes, comadre!
—Ale, vi a la gatita que tiene tu hija con un grupo de gatos —le informó su vecina.
—¡N’hombre! —repuso la mamá de Cheli, haciendo un ademán a manera de negación—, si casi no sale de la casa, comadre.
—¡Es en serio, Ale! No dude de mí, comadre. Los gatos con los que se junta son unos revoltosos, a cada rato vienen a hacer mugrero a mi casa.
—Pues habrá que verlo, comadre; habrá que verlo —contestó doña Alejandra, al tiempo que volteaba hacia su casa—. Comadre, ya casi empieza mi novela de las 3, ¡me tengo que ir!