Corazón de hielo, piel de lava
Corazón de hielo, piel de lava
Por: Tina Royal
Capítulo 1. Corazón de hielo

Emma caminaba velozmente hacia su auto de lujo haciendo que se activara a su alrededor un increíble mecanismo humano de personas tratando de seguirle el paso.

Su asistente le acercaba su maletín, mientras el chofer abría rápidamente la puerta del auto para que ella entrara, la cerraba tras ella y luego se dirigía al asiento del conductor. Una empleada preocupada le acercaba su termo de café recién hecho y otra le alcanzaba su abrigo y unos documentos impresos a último momento.

Emma Fritz, o "freezer" como la llamaban sus adversarios en los negocios, muchos empleados y hasta sus socios, era una inflexible empresaria, viuda hace casi cinco años, cuando apenas llevaba casada tres años.

Su marido había fallecido en un trágico y extraño accidente, que aún se estaba investigando.

Pero ella no lo había llorado, en lo absoluto. Karl Fritz había sido socio del padre de Emma, y ella fue entregada como un trofeo para vincular sus empresas, no por afecto de ninguna clase.

Más allá de que nunca se habían amado, él además había sido cruel, déspota y maltratador, pésimo en los negocios, derrochador y mujeriego.

Los primeros meses de matrimonio, se limitó primero a tomarla por la fuerza desde la noche de bodas a pesar de su virginidad. Le siguió el maltrato verbal. Y luego, cuando ya no quiso fingir más frente a la sociedad, la violencia fue creciendo hasta el daño físico.

Cuando él se empezó a aparecer descaradamente con amantes, ella comenzó a su vez a tomar represalias, y a simular que Karl no existía, explorando su sexualidad con otros hombres a pesar del enojo de su marido, y de que él la seguía maltratando, aunque, a causa del desprecio que le producía que se entregara a otros hombres, ya no la visitaba por las noches.

Emma encontró en el sexo el placer que su marido le negaba, el escape que necesitaba de la realidad y las sensaciones más poderosas que su cuerpo requería.

Esa mañana era todo una verdadera locura. La empresa se caía a pedazos, su padre la presionaba a casarse de nuevo, como si la primera vez hubiera funcionado, y ella tenía ideas novedosas y radicales que estaba segura que salvarían el negocio, pero que los ridículos socios y miembros del directorio, unos dinosaurios misóginos, no tomaban en serio simplemente porque era mujer, y porque estaba allí, según ellos, sólo por la muerte de su marido. Sin contar la fama de "come hombres" con la que solían desprestigiarla a menudo, como si ellos no fueran a su vez hombres promiscuos e infieles. Como si no se acostaran con quien sea mientras tuviera senos.

Ella no era en lo absoluto más lujuriosa que ninguno de ellos.

Pero claro, era mujer.

Y eso era imperdonable.

Llegó a la empresa en tiempo récord, bajó del auto corriendo magistralmente en unos tacones altos, con un equilibrio envidiable, y subió al ascensor hacia su oficina.

Se había propuesto hacer varios despidos, nuevos contratos, entrevistas, y tenía unas siete reuniones programadas ese día.

Se sentó frente a su laptop en una oficina llena de lujos, pero sobria, a consultar cifras, leer currículums, dando pequeños sorbos a su café. Negro, sin azúcar.

El día no mejoró en lo absoluto. No había hecho más que lidiar con ineptos, entrevistar sujetos que coqueteaban con ella esperando ganarse un puesto por los atributos incorrectos. Emma no buscaba un hombre para revolcarse, esos le sobraban y sabía muy bien dónde encontrarlos, buscaba alguien inteligente y hábil para los negocios, que apoyara sus ideas y ofreciera garantías a la cofradía de varones que la estaba enloqueciendo. Y que fuera aire fresco empresarial para este sitio que, de lo contrario, se derrumbaría a pedazos.

Pero claramente este día tampoco lo habría logrado. Era la jefa absoluta, la heredera de dos imperios, la más inteligente del directorio, pero le arrebataban su autoridad migaja tras migaja, y la despreciaban.

Sin embargo, si algo no era Emma, era una mujer débil.

Por supuesto que sabía cómo la llamaban en los pasillos: Freezer, la del corazón de hielo. Mejor. Que así lo creyeran, que le temieran al menos si no la querían respetar, que la despreciaran también si querían, por ser libre y más suspicaz que ellos.

Por ser la mejor en su trabajo.

Pero esta vez no retrocedería, no permitiría que volvieran a pisotearla y humillarla, y no dejaría de pelear por todo aquello que le pertenecía, no sólo por derecho de nacimiento o por haber soportado los abusos de Karl.

Le pertenecía sobre todo porque nada existiría si ella no se hubiera hecho cargo de todo, si no hubiera trabajado día y noche por protegerlo todo.

Por resguardar todo ese patrimonio.

Esos desagradecidos tenían trabajo y dinero gracias a ella.

Pero lo olvidaban. Un día, no muy lejano, lo recordarían, aunque sería tarde para ellos.

Cuando vio que ya no tenía sentido quedarse allí más tiempo, y que casi todos se habían ido, cerró su laptop y se restregó los ojos, mentalmente agotada.

Emma era físicamente todo lo contrario a lo que su carácter transmitía. Menuda y algo delgada debido a que su trabajo la consumía, de aspecto frágil, ojos celeste claro, casi transparentes, que le daban un aspecto inocente, y cabello rubio, casi siempre recogido. A pesar de ser delgada, conservaba las suaves curvas de sus pechos y su trasero, lo que le otorgaba una sensualidad atrayente.

Se vestía con elegancia y con joyas para nada ostentosas. Su porte era completamente natural, no necesitaba nada extravagante para lucirse.

Tomó sus cosas dispuesta a irse de allí, aunque el cansancio de su mente no se condecía con las necesidades de su cuerpo. Se sintió algo caliente y revisó las oficinas.

Ahí estaba, la luz encendida de la oficina del extremo este, la del muchacho generoso de contabilidad con el que ya había tenido un agradable encuentro.

Se soltó el cabello y se acercó. Golpeó con suavidad la puerta y nadie respondió. Cuando abrió descubrió que el pobre muchacho se había dormido sobre unos documentos.

Le dio ternura, pero también le latía la piel anhelante de caricias, así que le habló para despertarlo.

-Señor Mitchel, ¡Despierte! Me temo que se ha quedado dormido en el trabajo.

El joven se sobresaltó, enderezándose de golpe.

-Lo… lo siento señora Free… Fritz… lo siento… no era mi intención…

Ella se apoyó sensualmente sobre el escritorio frente a él, dándole una visión perfecta de su escote. El joven se relamió, recordando su anterior encuentro. Su jefa se transformaba cuando afloraban sus necesidades. Y era hábil y satisfactoria.

-¿Cree que pueda hacer algo para compensar su irresponsabilidad, señor Mitchel?

El joven se levantó de la silla, rodeó el escritorio y se colocó detrás de ella, pasando las manos lentamente por su cuerpo.

-Creo que sí, mi señora, mi jefa, mi diosa… se lo compensaré.

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