Stefan entró a su oficina en el piso cincuenta de Vanderbilt Corporation con la mandíbula tensa y la mente llena de ruido. La confrontación con Luciana en Columbia seguía resonando en su cabeza. La forma en que lo había mirado. La vulnerabilidad en sus ojos cuando le mostró el mensaje de Sofía.
Cerró la puerta detrás de él y se detuvo en seco.
Sofía estaba sentada en su silla ejecutiva de cuero negro, con las piernas cruzadas y un pisapapeles de cristal en las manos. Lo giraba entre sus dedos como si fuera un juguete. Llevaba un vestido rojo ajustado que dejaba poco a la imaginación y el cabello suelto cayendo en ondas perfectas sobre sus hombros.
—Hola, extraño.
Stefan cerró los ojos brevemente, buscando paciencia que no tenía.
—¿Qué haces aquí?
—¿No puedo visitar a mi novio? —Sofía dejó el pisapapeles sobre el escritorio con un golpe seco—. Te he extrañado.
—Sofía. —Stefan caminó hacia el escritorio, pero no se acercó demasiado—. Hablamos de esto. No puedes venir durante el día. Si a