Dante
Miro la empleada infiltrada, atada a la silla en el sótano de la mansión. La habitación está en penumbra, solo iluminada por una única lámpara colgante. La mujer tiembla visiblemente, con la mirada baja y el rostro pálido por el miedo.
Yo me encargo de mantenerme en las sombras, mi voz cortante y baja:
—Empieza a hablar. ¿Quién te pagó? ¿Quién te dio la orden?
La mujer solloza, su voz temblorosa:
—No lo sé… no sé quién era. Solo recibí instrucciones en un sobre… dinero y una carta…
La rabia se va haciendo más grande dentro de mi y entrecierro los ojos, cruzando los brazos mientras salgo de las sombras y tomando mi arma camino a su alrededor como un depredador acechando a su presa.
—No me hagas perder el tiempo con excusas. —mi voz se vuelve más afilada—. Si sigues mintiéndome, haré que desees nunca haber puesto un pie aquí.
La mujer estalla en llanto.
—¡No miento! ¡Lo hice porque… porque me amenazaron!
Luciano lanzando una mirada en mi dirección interviene por primera vez, su to