Le abofeteé tan pronto como escuché aquello, dolida por darme cuenta de que tal y cómo había esperado todo había sido un montaje, todo había sido premeditado, había sido mentira.
Me miró molesto, agarrándome con fuerza del brazo, mientras tiraba del pañuelo que tapaba mi cabello con su mano libre, de malas maneras, quitándomelo y tirándolo al suelo.
Tiró de mi mano y me condujo hacia una habitación de matrimonio, bastante desordenada y con un olor muy peculiar a cuero.