Después de aquel día la frecuentaba a diario, y no había vuelto a decirme nada sobre que la usaba o la engañaba.
Me enseñó el pueblo entero y no dejaba de sonreír cada vez que estábamos juntos, era como si el tiempo no hubiese pasado, como si nunca se hubiese enterado de mis malas intenciones, como sí…
Nos acostábamos todos los días, en mi hotel, y ella solía abrazarme después de hacerlo, como si tuviese miedo de perderme.
Aquel día discutía por teléfono con mi primo…