Corazones Destrozados
Corazones Destrozados
Por: Valerio
Capítulo Uno: El comienzo.

-¡Jamás voy amarte, entiende eso. Te detesto, eres lo peor que me ha pasado en la vida y te odio! -Le gritó a la cara de su esposo, sintiendo una profunda rabia en todo su ser.

-Eres mi esposa y por ende harás lo que yo te diga. Me debes respeto y tienes que obedecerme, te guste o no -Le habló con energética seriedad. Damián estaba furioso.

-Me vale todo lo que digas, me da igual. De mi, no vas a conseguir lo que quieres -Angelique buscaba provocarlo con su actitud intransigente. A demás de decirle la verdad, lo desafiaba.

-Tú harás lo que yo diga, te guste o no -La tomó con fuerza por la cabeza y la besó.

-¡Sueltame! -Se separa de él y lo abofetea con todas sus fuerzas-. No vuelvas a besarme -Le dijo entre dientes y con el ceño fruncido-. Te odio, Damián Montesinos; te odio con todas mis fuerzas y en cuanto pueda, me voy a divorciar de ti.

Angelique se retiró de la habitación, azotando con fuerza la puerta. Damián, quedó solo, jadeando, la fuerte disputa que tuvo con su esposa lo dejó sin aliento.

Realmente estaba furioso, quería que su esposa fuese diferente, él quería controlarla pero sabía que eso era imposible. Angelique era muy diferente al resto de mujeres que él acostumbraba conocer.

El que Angelique lo amenazara con divorciarse lo tenía intranquilo. Obviamente sabía que su matrimonio era un infierno, pero no quería perder a su esposa, en el fondo él sabía que ella no era culpable, algo en su corazón le decía que ella era inocente y estaba empezando a quererla...

(1 año antes)

La mañana recién iniciaba, caían gotas de lluvia de las hojas de los árboles. El café estaba listo y Angelique a penas se levantaba de la cama.

Se sentía contenta de poder estar en la casa de campo de su familia, amaba montar y estar rodeada de flores y árboles verdes. Sinceramente eran cosas que la hacían feliz.

Angelique cabalgaba por el hermoso, enorme y verde prado, con una velocidad increíble; ella sonreía, de verdad que estaba feliz.

-Que día tan hermoso -Dijo entre jadeos. Estaba cansada por cabalgar.

Angelique, amaba sentirse libre, que nadie la controlaba, lástima que su felicidad, estaba por cambiar...

Tomó aire en un fallido intento de controlar su respiración. Estaba acabando consigo mismo el no poder respirar y controlarse. Parecía darle un ataque de ansiedad.

Arrugó con rabia unos papeles los cuales lanzó al suelo y apoyó las palmas de sus manos en su escritorio.

Respiraba con dificultad, agitado. Sus ojos estaban rojos, sea lo que haya sido que vió en esos documentos, lo dejó bastante mal...

-Querido, ¿te pasa algo? -Le preguntó Roberta, su esposa, quién al mirarlo en el estado que se encontraba, se preocupó.

-Lo podemos perder todo, Roberta. ¿Entiendes eso? -La miró, sintiendo rabia y nostalgia al mismo tiempo.

-¿De qué hablas? -Ella reía, creyendo que su esposo le jugaba una broma.

-¡Lo perdí todo!, ¡estamos en la ruina!. ¿Si entiendes eso? -Le gritó, tirando al suelo más papeles y algunos adornos que estaban en su escritorio.

-¿Cómo lo perdimos todo? -Roberta estaba agitada y algo aterrada, tanto por la noticia como por la actitud de su esposo.

-Eso no es importante ahora, lo importante es, ¿cómo vamos a salir de esto?. No podemos quedar en la ruina -Hablaba y pensaba, asustando a su esposa por la actitud neurótica que tenía.

-Y ¿que piensas hacer para arreglar esto? -Le preguntó Roberta, cruzándose de brazos.

-No lo sé, no lo sé -Se sentó en su butaca y llevó sus manos a la cara-. Tengo que encontrar una solución pronto, no podemos quedar en la ruina -Le dijo Martín.

-No entiendo cómo llegamos a esto. ¿Que hiciste? -Le habló Roberta, con tono acusatorio.

-Yo no he hecho nada -Martín frunció el ceño y habló entre dientes.

Roberta miró con indignación a su esposo, sabía que él tenía la culpa de lo que sucedía, pero no siguió hablando evitando discutir con él.

Cerró los ojos, suspiró y salió del estudio.

La mujer trataba de controlar la ansiedad que estaba teniendo; suspiraba y caminó con rapidez a su habitación, mientras que Martín, pensaba en todo lo que se le venía encima. En su mente, buscaba una solución a sus futuros problemas económicos y si no encontraba algo pronto, él y su familia iban a quedar, en la ruina total...

Mariana era una chica hermosa, igual de hermosa que su hermana Angelique. Ambas eran mellizas y a pesar de que nacieron el mismo día, eran totalmente distintas la una de la otra.

Angelique era angelical, tierna, amable y muy dulce y Mariana era frívola, manipuladora y envidiaba a morir a su hermana.

Mariana sólo piensa en ella misma y en sus propias necesidades por encima de las de los demás. Siente un egoísmo que va más allá del autocuidado, porque no respeta a nadie, ni a su propia familia. No puede “ver” al otro, ni las consecuencias que pueden tener sus acciones o palabras en los demás.

Sus pensamientos son rumiantes, obsesivos y hostiles hacia todo mundo. Siente una profunda envidia hacia su hermana, sólo y únicamente porque Angelique es buena y amable y se gana el cariño de los demás, cosa que Mariana nunca pudo ni ha podido tener, por culpa de su mala actitud.

Manipula a cualquiera, con el único fin de conseguir todo lo que se propone.

En Mariana no existe el amor, ni el cariño. Siempre fue mala de nacimiento; nunca ha hecho nada por cambiar, ni un sólo esfuerzo para hacerlo. Disfruta siendo como es, porque siempre ha hecho su santa voluntad sin pensar en las consecuencias que sus malos actos ocasionan.

Caminó de un lado a otro, tomó un cepillo y peinó su cabello, mientras se miraba en el espejo y sonreía. Se acarició la ceja y siguió sonriendo.

-Eres tan hermosa, no necesitas nada, te tienes sólo a ti. Ella no es mejor que tú.

Mariana frunció el ceño, mientras se seguía peinando el cabello y se miraba en el espejo.

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