Francesca Montero. El nombre que Christian había pronunciado esa noche durante la tormenta, como una cicatriz que aún dolía al tacto. La mujer que lo había traicionado de la peor manera posible. Y ahora, estaba ahí, su mano extendida hacia mí, una sonrisa calculada en los labios perfectos.
—Es un placer conocerla —respondí, estrechando su mano con más firmeza de la que pretendía—. Zoey Aguilar.
—Zoey —repitió, como si saboreara mi nombre, probándolo—. Qué nombre... único. Christian siempre tuvo un gusto peculiar.
Su acento italiano daba a las palabras un tono melodioso que contrastaba con la sutileza cortante del comentario. A mi lado, Christian parecía una estatua, rígido, casi irreconocible comparado con el hombre que me había besado minutos atrás.
—¿Y cómo se conocieron? —preguntó Francesca, sus ojos oscuros estudiando cada centímetro de mi rostro—. Christian raramente frecuenta eventos que no sean de negocios. ¿O eso cambió?
—Amigos en común —respondí automáticamente, repitien