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La mansión estaba sumergida en un silencio que solo el dinero puede comprar. Ariadna se había cambiado por un conjunto de algodón gris que le habían dejado sobre la cama; era cómodo, sencillo y olía a suavidad. Bajó las escaleras con paso lento, sintiendo el frío del suelo de madera bajo sus pies.

Odiaba que esas muejres tuvieran razón. Odiaba sentirse al menos frente a los lujos de Dante. Odiaba no ser suficiente. Su padre tenia tanto dinero que no supo administrar ni mucho menos compartir con su hija para que esta tuviera una vida decente.

Era mejor irse a casa de su madre. Mejor desaparecer de la vida de Dante oficialmente.

Al llegar a la planta baja, encontró a Dante esperándola. Ya no llevaba la chaqueta del traje y se había desabrochado los primeros botones de la camisa, dándole un aspecto menos imponente y más humano.

—He mandado a preparar la sala de peliculas—dijo él, señalando hacia el ala oeste de la casa—. Necesitas dejar de pensar en lo que hay fuera de estos muros por
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