Primer día de trabajo.

Valeria entró en la oficina de la Asistencia Ejecutiva Senior a las 7:55 AM, cinco minutos antes de lo requerido, el espacio era un purgatorio de lujo: paredes de cristal, muebles minimalistas de diseño nórdico, y vistas vertiginosas sobre el caos tranquilo de Manhattan, era, irónicamente, el edificio contiguo al ático donde Leonardo Blake había dormido a su lado, la noche en que firmó su ruina.

La oficina de la asistente no era un simple escritorio, era el centro de control del imperio, tres monitores brillaban sobre el escritorio de nogal, cada uno con una maraña de datos financieros, horarios codificados y flujos de noticias globales.

Valeria se quitó el blazer gris perla y lo colgó con un movimiento preciso, su camisa de seda blanca, abotonada hasta el cuello, era la única suavidad en su vestuario, pero la frialdad que irradiaba no era de la tela, sino del propósito, ella no se sentó, permaneció de pie, con las manos juntas sobre el escritorio, inspeccionand