Día siete. 1:00 AM. Apartamento de Valeria.
Valeria no tomó un taxi, caminó, cuarenta bloques bajo la luna helada de Manhattan, necesitaba el castigo físico de la caminata para neutralizar el shock del beso de Javier en su frente, se sentía marcada, no por el afecto, sino por la irrevocabilidad de la traición que ese gesto representaba.
Al llegar a su apartamento, se despojó del vestido de punto que había usado como cebo, lo arrojó a la basura, todo lo que había tocado a Javier tenía que ser erradicado, se sentó ante su estación de trabajo, un santuario tecnológico de acero y cristal que contrastaba con la calidez forzada del estudio de Javier.
Elsa la esperaba en la línea segura, la asistente había estado vigilando los patrones de tráfico de datos.
—Doctora Serrano, el ping del token de emergencia fue limpio, el cifrado de acceso remoto está en cuarentena, es el vector directo a los servidores de contingencia de Aquilea, tal como lo describió.
—No es un vector, Elsa, es una llave mae