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—Supongo que se llama Eduardo —comentó mi abuela mientras sacaba una fuente debajo de la mesada y empezaba a agregar harina y unos huevos.

—Sí, viví con él un tiempo.

—Y eso, ¿por qué? —preguntó curiosa.

—Porque fue en ese momento que me había peleado con mamá y decidí que lo mejor era irme, y como justo estaba Eduardo, me fui a vivir con él —comenté y me encogí de hombros.

—Y ese Eduardo, ¿de dónde lo conocías?

—Trabajaba en la mansión, era moso —dije.

—Que linda historia hubiera sido, como de novela.

—Lástima que los dos éramos pobres, porque si uno hubiera sido el rico —comenté divertida.

—Cariño, &iqu

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