Cuando esas dos mujeres salen del juzgado, ya se ha corrido la voz de que madre e hija son implacables. Con todas las evidencias y los testigos, al jurado no le queda más que declarar al chico inocente.
—¡Señora Finnick! —escuchan a un hombre y ambas se voltean, viendo al fiscal acercarse a ellas—. Necesito hablar con usted.
—Dígame —le dice ella con tono de superioridad, aunque no le llegue ni al hombro al tipo.
—Quiero un trato.
—¿Disculpe? —le dice ella riendo y Charlize le pone cara de pocos amigos—. ¿Sigue insistiendo en un trato después de dejar claro que mi cliente es inocente?
—Pero debe haber un responsable… —dice torpemente y esta vez es Charlize la que responde.
—Entonces esto no es por justicia, es por terminar con algo que le molesta, que tiene a la prensa sobre usted y le está j0diendo la vida.
—Tenga más respeto, señorita, que recién inicia…
—¿Me está amenazando? —le dice ella parándose frente a él, haciéndolo retroceder—. No se lo recomiendo para nada, porque tengo suf