Una nueva identidad

A Connie se le hizo un hueco en el estómago. La pobre chica era de su misma edad, morir a los veinte años con toda una vida por delante era una tragedia. Se le erizó la piel solo de pensar que podría haber sido ella y que nadie tenía la vida asegurada, cualquiera podría morir sin importar la edad.

En un segundo pasó por su mente todo lo que había vivido en su infancia, desde el día que supo que su destino era repetir la historia de su madre y que tarde o temprano ella también tendría que vender su cuerpo para sobrevivir.

Cuando salió de Acapulco se juró a si misma que iba a cambiar de vida, que nunca volvería a ser la misma de antes y quizá haber conocido a esa chica e el autobús era lo que necesitaba en ese momento para cumplir su objetivo.

Una idea descabellada pasó por su mente. Era una locura, pero quizá la vida le estaba presentando la oportunidad de iniciar de nuevo, sin un pasado con otro nombre.

—Se llama Concepción Rivas y no, ella no tiene familia, es huérfana es mi amiga y solo me tiene a mí —mintió, pero se juró a si misma que sería la última mentira que diría en su vida, a partir de ahí su pasado, se quedaría en el olvido, Concepción Rivas había muerto esa noche.

Explicó que acababan de llegar a la ciudad y que no conocían a nadie, que no tenían familia y que tampoco tenía dinero para pagar los gastos del funeral. La enviaron a una fundación que se encargó de ayudarle a realizar los trámites de la cremación del cuerpo y pasó toda la noche en vela esperando que le entregaran las cenizas de “su amiga”.

Tomó la urna y salió a la calle con las manos temblorosas y un acta de defunción a nombre de Concepción Rivas. Ya estaba hecho y no había vuelta atrás. A partir de ese momento su nombre era Constanza Ramírez.

Preguntó dónde había una Iglesia, no se sentía capaz de tirar la urna a la basura y tampoco quería conservarla porque no quería tener un recordatorio de la atrocidad que acaba de cometer, no soportaría verla todos los días recordaándole su peor mentira.

Entró en la iglesia, no recordaba cuando había sido la última vez que había entrado a una. Tomó un folleto que había sobre una repisa y leyó la oración que estaba impresa. Miró hacia todos lados y cuando estuvo segura de que nadie la miraba, escondió la urna detrás de una imagen de la virgen de Guadalupe y salió de prisa rumbo al hostal.

Ya era casi medio día, había pasado toda la noche en vela estaba exhausta y lo único que quería era dormir, así que se dejó caer sobre la cama incluso sin cambiarse de ropa.

Abrió los ojos cuando dos chicas entraron a la habitación, parecía ser de madrugada porque al parecer venían de una fiesta, audiblemente alcoholizadas. Se envolvió en la sábana para no verlas ni oírlas y se quedó dormida nuevamente.

Volvió a despertar hasta que el sol entró por la ventana, las chicas con las que compartía la habitación ya no se encontraban. Se levantó de un salto al darse cuenta que una de sus maletas había desaparecido.

Palideció al ver que era justo la maleta en la que había escondido su dinero, buscó por todos lados y no la encontró. Fue a la recepción para reportar la pérdida, pero le dijeron que no se hacían responsables por dinero y objetos de valor no reportados a la administración.

—¡Maldita sea! —Exclamó con lágrimas en los ojos por la rabia y por la preocupación. En su bolso solo tenía quinientos pesos y en el bolso de la chica fallecida solo doscientos. Setecientos pesos en una ciudad turística como Huatulco, no le iba a alcanzar ni para tres de comida y hospedaje.

Había pagado tres noches por adelantado, así que solo le quedaba una noche más. y la hecharían a la calle.

No pudo evitar pensar que estaba recibiendo un castigo por haber hecho lo que hizo — Sabía que ibas a castigarme, pero no pensé que lo harías tan pronto — le dijo a la estampa de la virgen que había en la cartera de Constanza.

Su estómago le recordó que no había comido nada desde los tacos de la noche antepasada y ya estaba oscureciendo de nuevo.

Salió a buscar algo de comer y mientras caminaba se encontró de frente con un bar —¿Es este mi destino? ¿Estoy condenada a ser una puta por siempre y para siempre? —Se preguntaba con lágrimas en los ojos.

Algo la llevó a meter la mano en su bolso, la abrió y se encontró con el folleto que Constanza le dio en la terminal de autobuses. “Villa de Guadalupe” Casa de asistencia para mujeres en estado vulnerable.

Arrugó el papel en su mano y caminó hacia adentro del bar, lo primero que vio fue a una jovencita bebiendo con dos hombres totalmente alcoholizados. Uno de los hombres metía su mano por debajo de su falda mientras ella fingía que lo disfrutaba.

Recordó la primera vez que ella tuvo que pasar por esa situación a sus escasos dieciséis años y pensó que no quería volver a eso por nada del mundo, tan solo de acordarse le daan ganas de vomitar.

Extendió el papel que había arrugado entres sus manos y miró la dirección, quizá era en ese lugar donde encontraría la salvación.

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