Cuando llegué al hospital, casi una hora después de que llamara Ben, lo encontré a él ya Daniel en la recepción. Tan pronto como me vieron, los dos vinieron hacia mí al mismo tiempo y me abrazaron con fuerza. Noté los ojos enrojecidos de Ben, quien ciertamente había estado llorando y la expresión de tristeza en el rostro de Daniel.
- ¿Cómo está ella? Dime que está bien.
- No está todo bien. Daniel apretó los labios, tratando de que no temblaran como cuando comenzó la oración.
- ¿Hay noticias? ¿Ya nació María Luna?
- Solo nos dicen que esperemos, esperemos y esperemos… – continuó Daniel angustiado.
Miré a Ben, quien se secó la lágrima obstinada que estaba tratando de caer. Me acerqué a él y lo apreté contra mi cuerpo:
- Puedes llorar si quieres. No te lo guardes. Estaré aquí y puedes usar mi hombro.
- Ella lo logrará. Sé que lo hará. Ella hizo todo bien... Todo. - El dice.
- Pensé lo mismo. Por supuesto, Dios no dejaría a un bebé recién nacido sin una madre, ¿verdad? ¿Quién le cantará