DEL DECÁLOGO IMPRESCINDIBLE PARA LA CANDIDEZ (3)

Adal nunca podría desearme. Al menos no ahora cuando la verdadera dicha había tocado a su puerta. Hacía seis meses que tía Amanda, borracha de alegría, entró en la cocina y soltó la noticia: “¡Adal será padre!” Sí, la mujer chamán esperaba su primer hijo, el hijo de mi amado Adal. El alma se me cayó al suelo después de escuchar esas palabras. La última esperanza que yo guardaba de tenerlo algún día, vaciló y murió en ese instante. Su esposa no sería yo, ni la madre de sus hijos, ni nada. Ese lugar no estaba reservado para mí. Mi destino era Gustavo, con quien en los últimos meses me había hecho cómplice del engaño, fingiendo que en algún momento el amor me saldría de los establos, de la cocina o de los retretes del baño y entonces, yo podría cruzar el mar de mis sentimientos para

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