Revés del destino

—¡Marcella! —susurró Piero, mientras acariciaba su cuerpo.

—Piero, detente —dijo ella en un hilo de voz.

¿De verdad deseaba, que él se detuviera? Realmente no, ella ansiaba tanto aquel momento, como él. Piero continuó deslizando sus manos por su espalda, hasta llegar a sus glúteos y apretando con fuerza su cuerpo contra el de ella, Marcella dejó escapar un gemido. Aquel gemido incitó al hombre a seguir besándola y rozando su intimidad con su falo encendido.

Pronto, las ropas comenzaron a salir, y por un instante, Marcella se detuvo cuando la blusa cayó a un lado junto a su brasier. Habían pasado muchos años, ya no era tan joven como en aquel primer encuentro. Quiso cubrir sus pechos con ambas manos, pero Piero las quitó lentamente.

—No tienes porque cubrirte, déjame sentirte, sentirte como aquella primera vez, en que nos amamos.

—Ya no soy tan joven, mi piel tampoco es tan tersa.

—¿Y qué con eso, Marcella? Yo te amo desde adentro, yo tampoco tengo la misma edad que antes y si
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