Jerónimo regresó de España esa misma noche, se sorprendió de no encontrar a su esposa esperando por él en su habitación. Bajó hasta la cocina para preguntarle a su ama de llaves por Marla. La mujer un tanto nerviosa le mencionó que no había regresado desde que él salió de viaje.
¿Dónde se había metido? Se preguntó a sí mismo visiblemente enojado. Fue hasta el bar y se sirvió una copa de coñac mientras intentaba comunicarse con ella por teléfono. Ya era casi medianoche. Las dudas empezaron a llegar a su cabeza, mucho más después que ella misma le dijo que el sacerdote la atraía como hombre.
Justo en ese momento, un auto se detuvo frente a la mansión y de él descendió Marla. Ella tocó el timbre y la empleada fue a abrirle. La rubia entró y se dispuso a subir las escaleras, escuchando la voz de Jerónimo en un tono algo elevado y hostil.
—¡Marla! —ella volteó hacia la sala y lo vio parado con la copa en la mano.
—Por favor, lleve a mi equipaje hasta la habitación.
—¡Sí, señora! —L