Apenas entraron en la habitación matrimonial que poseían en su mansión, Blake atrapó a Maddie entre sus fuertes brazos, decido a no dejarla escapar nunca más.
Después de muchos días sin ella, tenerla entre sus brazos le parecía un sueño hecho realidad.
— Aun no puedo creer que estés aquí conmigo, en nuestra casa —le dijo, dándole un suave y profundo beso en la frente—. Juro por el amor que te tengo, que pensé que esto jamás volvería a suceder... mi pequeña... mi pequeña y dulce gatita.
Maddie sonrió coqueta y complacida. Le acarició la mejilla y luego se puso en punta de pies para depositarle varios besos leves en los labios al hombre.
— Gatita, si haces eso no podré contenerme por mucho tiempo y lo sabes. Pero sé que en tú condición no podemos hacer lo que tanto deseo —suspiró con resignación—. Eres tan bella... tan única y mía, toda mía.
La besó apasionadamente, sus lenguas se entrelazaron en una danza vigorosa y sedienta, rogando por más que lo que en ese momento estaban dándose.
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