Capítulo 37. El causante de tanto revuelo
Recostada en el respaldo de una amplia cama de sábanas costosas, Ariana analizaba su suerte.
Nunca en su vida había amado tanto a un hombre como amó a Leandro. Todos sus sueños y esperanzas volaron en torno a él y se extendieron a medida que se extendió su pasión por ese hombre; pero toda la solidez de su vida se desmoronó el día en que Leandro apareció muerto.
El odio y la desesperanza le cegaron los instintos. Ahora solo pensaba y actuaba en relación a su venganza. Su arruinada alma encontraría consuelo cuando viera a sus enemigos caídos, con la vida demolida como la de ella.
Primero a Jacinto, por haber presionado a su amado hasta llevarlo al borde de su paciencia; luego a Elena, la maldita que se lo arrancó de los brazos.
Fue fácil para ella armar una coraza de odio en torno a sus sentimientos y reprimir el asco, la vergüenza, el rencor y el dolor mientras permitía que Lobato poseyera su cuerpo hasta quedar saciado, y convencido de que valía la pena sacrificar ciertos negocios por