Elena está siendo obligada a devolver una importante carta que su hermano robó a un peligroso criminal de la ciudad, que haría temblar los cimientos de una poderosa organización delictiva. De no hacerlo, su madre será asesinada. Iván, un antiguo mercenario que busca la redención, acepta el reto de hallar una carta que pondría en peligro su vida y la de sus mejores amigos, sin importar si eso lo empuja de nuevo al ambiente de delincuencia del que trata de salir. Ella tiene las pistas y él la fuerza y la astucia. Ambos se encuentran en medio de aquella búsqueda y deciden unir sus fuerzas ocultando secretos que podrían poner en jaque esa misión. Una que no solo unirá sus corazones, sino la tragedia que los arropa.
Leer másElena Norato daba vueltas alrededor de un árbol en el patio de la casa del brujo Julián. Esa era la única forma que tenía para mantener bajo control a sus nervios.
Ariana, su prima, la observaba con cierta satisfacción desde la mecedora donde se balanceaba, arrinconada en un costado de la estancia, bajo la sombra de un naranjo. Le divertía la mala leche de la otra. Obligarla a estar allí era su manera de vengarse por todo lo que Elena le había arrancado de las manos.
—Maldita sea, ¿por qué tardará tanto? —expresó Elena con evidente molestia al detenerse para mirar iracunda la casa del brujo.
Ariana suspiró con agotamiento y disimuló una sonrisa mientras veía la postura encolerizada de su prima. Elena parecía un soldado, con las manos cerradas en puños apoyadas en las caderas y las piernas un poco abiertas.
—¿A qué se deben tantos nervios, prima?
—No estoy nerviosa, estoy ansiosa. Me desespera la lentitud de Julián. No debimos venir, sabía que esto sería una mala idea.
Ariana alzó con mofa una de sus delineadas cejas para no responderle con un duro sarcasmo que iniciara una pelea entre ellas.
Odiaba a Elena, pero tuvo que llevarla casi a la fuerza a esa reunión ya que esa fue la única exigencia que hizo el brujo para aceptar el trabajo.
Requería con ansiedad de la información que Julián pudiera facilitarle para comenzar a resarcir la rabia que tenía cocida al alma.
Se retorció en la silla procurando ignorar la presencia de su prima. Elena era una mujer común, con una larga cabellera negra que aprisionaba en una vulgar cola, grandes ojos castaños que mantenían una mirada tosca y altiva y un cuerpo delgado, con uno que otro atributo, que disfrazaba bajo ropas simples y masculinas.
Se valía de una absurda imagen de chica temeraria para aparentar lo que no era. Lo peor del asunto, era que fracasaba de forma rotunda, causándole celos a Ariana.
Elena, sin proponérselo ni desearlo, obtenía la atención que muchas veces ella anhelaba.
Recostó la cabeza en la mecedora dejando caer sus lisos cabellos castaños sobre la madera y dirigió su atención al cielo estrellado, escenario poco común en la ciudad costera de Maracay para la penúltima semana de agosto, cuando era habitual que la lluvia tomara el control del cielo. Quiso cerrar los ojos, pero la aparición del brujo llamó su atención.
Julián, un hombre alto y robusto, de piel negra y ojos oscuros, salió de la casa por la puerta trasera con un paño de lino blanco colgándole del hombro.
En las manos traía un libro de tapa desgastada y un caldero con agua. Colocó cada artículo en una silla ubicada en el centro del patio y luego se dispuso a organizarlas con meticulosidad sobre una mesa.
Elena esperó muy quieta a que el hombre terminara su labor. Tenía cada fibra del cuerpo en tensión.
A pesar de no haber estado al principio de acuerdo con la propuesta de su prima, luego entendió que aquello podría servirle de algo.
Buscaba sin descanso a su hermano Raúl, desaparecido hacía un mes. Ella sospechaba que él había muerto, pero necesitaba confirmar esa teoría y localizar su cuerpo.
Estaba siendo amenazada por gente peligrosa que la vigilaba día y noche para hallar algo que él supuestamente había robado.
Se valió de todos los medios posibles para ubicarlo sin obtener resultados, por eso, se dejó convencer por Ariana de visitar a Julián.
El voluminoso hombre era un brujo famoso, muchas personas viajaban desde interior del país en busca de sus eficaces trabajos. Poseía el don de la clarividencia, con el que podía apreciar, a través del agua, el estado del alma de una persona y determinar si aún estaba atada a un cuerpo humano o era una sustancia etérea.
Elena no creía en esas cosas, pero de alguna manera debía encontrar una pista qué seguir.
Julián estaba listo para iniciar el trabajo. Elena se ubicó frente a él, atenta a cada movimiento. Ariana prefirió continuar recostada en la mecedora y ocultar un bostezo con su blanca y delgada mano.
El mulato entrecerró los ojos y comenzó a entonar salmos y cánticos. Se balanceaba hacia los lados mientras el cuerpo se le estremecía y los ojos se le tornaban blancos.
Una centena de collares, con diversidad de piedras y semillas de colores, se le agitaban en el pecho.
Sacó del bolsillo trasero del pantalón una botella chata de licor y bebió un profundo trago antes de abrir el libro para leer algunas oraciones en un idioma desconocido.
Elena estaba a punto de perder la paciencia. Tanto protocolo la inquietaba. Cada vez se convencía más de que había sido un error contratar los servicios de ese hombre.
Pero de pronto Julián soltó el libro para pasar las manos temblorosas por encima del caldero, repitiendo con mayor ahínco las oraciones. A los pocos segundos quedó inmóvil y observaba el agua con los ojos tan abiertos que parecían salírsele de sus órbitas.
Elena se inclinó hacia la fuente para ver lo que había impactado al brujo. No distinguió nada fuera de lo normal.
Julián entonces, dirigió su rostro aterrado hacia ella, inquietándola con su mirada.
—¿Qué? —indagó la chica.
—Está muerto —respondió el brujo con el rostro pálido.
Elena esperaba esa respuesta, pero no pudo evitar que la confirmación de sus sospechas la afectara y le comprimiera aún más el corazón.
—Está penando… no puede descansar en paz —aseguró Julián con verdadera preocupación.
Un sentimiento de dolor y hastío inundó a la joven. Miró al hombre con el ceño apretado y los nudillos de las manos casi blancos por la presión que ejercían sus puños.
—Su alma necesita saldar una cuenta en la tierra para que pueda partir —aclaró el brujo.
Ariana se levantó de la mecedora interesada por lo que él decía.
—Julián, ¿estás seguro de que Raúl está muerto?
—Sí. No puedo ubicar su cuerpo, pero su alma está perturbada. Deben ayudarlo a saldar su deuda para que descanse en paz.
Elena gruñó de impotencia permitiendo que los ojos se le empañaran con lágrimas. La pena le anudó la garganta y le impidió expresarse.
Ariana la miró con exasperación y aprovechó la turbación de su prima para realizar su propia indagación.
—Julián, ¿cómo podemos ayudar a Raúl? Esa deuda… ¿puede ser acaso el pago por un asesinato?
Elena quedó pasmada ante esa consulta. Ella sabía a qué muerte se refería Ariana. El mismo día en que desapareció su hermano encontraron al jefe de él, Leandro Castañeda, muerto en extrañas circunstancias, y nunca hallaron al culpable.
Algunos supusieron que había sido Raúl quien lo asesinó, por eso huyó, pero nadie pudo confirmar ese hecho. Solo Elena sabía lo que realmente le había ocurrido a Leandro Castañeda.
—Señoritas, no creo que sea una muerte lo que ata al joven Raúl a la tierra.
Ariana miró a Julián con insatisfacción y Elena logró relajar un poco la postura. El hombre volvió a observar dentro del caldero al tiempo que murmuraba oraciones inentendibles.
—El joven esconde un secreto que debe ser encontrado para proteger a alguien de un inminente peligro.
Elena volvió a tensarse. Esperaba que Julián le diera alguna pista, pero no quería que Ariana se enterara de los problemas que acosaban a su hermano.
—Señorita Elena, debe buscar en su corazón.
Ella retrocedió un paso, sobresaltada por la mención de su nombre en el consejo de Julián.
—¿Qué?
—Busque en su corazón, para que encuentre lo que oculta su hermano. Es lo único que puedo decirle.
La joven miró al brujo un instante con frustración, luego se dirigió a su prima.
—Te espero en el auto.
Salió de la casa y dejó a su audiencia sin más explicaciones. Era capaz de soportar muchas cosas, pero su paciencia tenía un límite. Aquello le había parecido una e****a.
Entró en el viejo Fiat Uno que había pertenecido a Raúl y lo cerró de un portazo. Apretó con fuerzas los puños y golpeó el volante repetidas veces hasta quedar abatida en el asiento.
Un dolor amargo le recorrió el pecho. Ese día solo pudo confirmar que su hermano había muerto. Ahora tenía total seguridad de que estaba sola y con una inmensa carga sobre los hombros.
No podía acumular más penas ni lamentarse por tantas pérdidas, debía llorar para desahogarse, pero además, concentrarse en culminar el difícil trabajo que le habían impuesto y hallar cuanto antes el maldito objeto que su hermano había robado para quitarse de encima a los delincuentes que la asediaban.
Se recostó en el asiento, enferma de odio y pesar, y recordó las palabras de Julián: «debe buscar en su corazón…».
Una sonrisa irónica se dibujó en su rostro mientras se acariciaba el pecho. Su corazón estaba maltratado por la traición y la pérdida, no quedaba nada en él que pudiera sacar a su hermano de su tormento.
Obligó a sus músculos a relajarse y cerró el alma al sufrimiento. Ya tendría tiempo para consolar su dolor por la muerte de Raúl, ahora debía centrarse en otros asuntos. Ariana estaba por regresar y no quería que la viera llorar.
Nunca la verían llorar de nuevo.
Durante la tarde, Antonio y Betsaida se acercaron al pueblo para comprar más conservas de coco y galletas para los niños. Todas las reservas se les habían acabado.Iván y Elena supervisaban desde su ubicación, sentados en la orilla, el profundo sueño de Ivana, que dormitaba dentro de una cuna portátil, y la importante expedición que los chicos realizaban en el agua, en busca de piedras para culminar la construcción de un fuerte que protegería el castillo de arena fabricado cerca de ellos.Según los niños, en pocos minutos llegaría una caballería enemiga para robar los tesoros que guardaban, conformado por conchas, semillas y diminutas piedritas de colores.—Nuestros hijos necesitaban esto —comentó Elena, disfrutando de la calidez que le aportaban los brazos y el pecho de Iván. Estaba sentada entre sus piernas, con la espalda apoyada en él—. Y no te niego que yo también.Iván besó su cuello mientras analizaba aquellas palabras. Que, aunque ella no lo pretendiera, resultaban como una es
—Papá, quiero más cereal —pidió Iván Raúl y le mostró a su padre el plato vacío.—Yo también —señaló Iván José, apurando lo que quedaba de desayuno en el suyo.—¡Siempre quieres lo que yo quiero! —reclamó su hermano.—¡Tú también!—¡Yo lo pedí primero!—¡Fui yo!—¡Vasta de discusiones! —los detuvo Iván con voz firme y se acercó a ellos con la caja de cereal en la mano— Hay suficiente para los dos.Los niños compartieron una mirada desafiante, pero sonrieron de oreja a oreja cuando su padre volvió a llenarle los platos.—Betsaida nos espera en la casa de la playa —comunicó Elena mientras entraba en la cocina con Ivana entre los brazos—. Hablé con ella por teléfono y me dijo que con Emmanuel prepara las cañas de pescar para ir al río apenas lleguemos.Al unísono y con las manos alzadas, los chicos emitieron un Sí alegre. Iván y Elena habían decidido pasar unos días de descanso fuera de la ciudad, antes de intentar retomar la rutina, para ayudar a sus hijos a superar la amarga experienci
En la comandancia, Antonio logró sacar a Elena y a los niños sin ningún contratiempo. Con su amigo, en cambio, tuvo demasiados inconvenientes.Escobar estaba decidido a dejarlo detenido y tramitar un traslado a alguna cárcel del país por haberle fastidiado la paciencia en varias ocasiones.Horas después y haciendo uso de toda la influencia que por años había logrado en la ciudad, Antonio fue capaz de liberar a Iván de las garras del detective.Lo ayudó el hecho de confesar a los superiores de Escobar los motivos por los que su amigo se encontraba en la vieja fábrica de telas, y el apoyo que ofrecía en la búsqueda de los choferes secuestrados, a quienes encontraron cautivos en un sótano ubicado en uno de los depósitos saqueados.Elena se lanzó a sus brazos y lloró para descargar su angustia al recibirlo en casa, al igual que los niños, quienes aún se mostraban perturbados por la horrible experiencia que habían vivido.Esa noche durmieron los cinco en la misma cama. A Iván lo tenían en
Iván se levantó y sacudió su cabeza para despejarse el aturdimiento por la explosión. Se quitó los restos de concreto que le habían caído encima y miró con preocupación el techo. Una gran fisura lo rasgaba.Si esos psicópatas lanzaban otra granada la construcción se vendría abajo y los sepultaría a todos. Debía sacar a su esposa y a sus hijos de allí, y a la veintena de chicos que ahora gritaba y lloraba a todo pulmón al tener las bocas liberadas.Tomó de nuevo su navaja y cortó las sogas de los niños que faltaban. Los empujó uno a uno para sacarlos del cuarto, pero ellos se negaban a poner un pie afuera.Estaban tan aterrados que les era imposible moverse de alrededor de Elena, quien lloraba de la misma manera sin poder evitarlo.Le indicó a ella que avanzara adelante mientras él arreaba detrás aquel puñado de ovejas para que ninguna se extraviara.En el pasillo oscuro tropezaron con el tambaleante de Joander, que caminaba con paso lento hacia el cuarto. Lo dejaron dando vueltas en s
Se recostó en la pared para pensar un instante alguna estrategia. Vio a Elena parada junto a él, que lo observaba con agitación. Ella sabía que era momento de actuar.Tras su esposa se encontraba Joander, que alzó los hombros y las manos con gesto interrogativo, preguntaba qué harían.—¡Apúrense, las cosas empeoraron! —gritó alguien en el cuarto.Iván necesitaba neutralizarlos, así que apartó a Elena para pegarla contra la pared y tomó a Joander por un brazo para empujarlo hacia la habitación donde se hallaban los hombres.Este no pudo reaccionar a tiempo para detenerlo. Salió proyectado y tropezó con la mesa tumbando al suelo botellas vacías y naipes.—¡Ey! —se oyó vociferar a uno de los sujetos.Iván se ocultó con Elena esperando que los hombres abordaran a Joander.«¡Arrodíllate!», «¡¿Quién eres?!», «¡No te muevas, maldito!», fueron algunas de las órdenes que le dieron mientras apoyaban sus pistolas en la cabeza del primo.—¡Tranquilo, amigos! ¡Soy socio de Gustav! —repetía Joander
Al igual que todos los depósitos abandonados que visitaba, la fábrica de telas era simplemente un gran galpón desocupado, sucio y semidestruido.Palomas, murciélagos y diversidad de animales rastreros habitaban en su interior; y las densas telas de araña parecían sostener las columnas evitando que estas se vinieran abajo.Con mucha precaución inspeccionó cada habitación. Lograron entrar por una ventana rota, sin tener que hacer aspavientos al mover la pared de chapa, pero eso lo dejaba en el área deshabitada, debía hallar la zona que los contrabandistas utilizaban para ocultar sus cargamentos ilegales.Con la pistola bien sostenida en una mano y con Elena aferrada a la otra caminó con paso lento, atento a cada ruido que se producía a su alrededor, y soportando la presencia molesta del primo, que los seguía muy de cerca y con nerviosismo.—Tal vez no estén dentro de la fábrica. Debimos revisar el estacionamiento —reprochó Joander sin dejar de observar con asco el suelo que pisaba.—¿Y
Último capítulo