Louis tomó a Lilia con ambas manos, sujetándola por la cintura y atrayéndola hacia su cuerpo, para que estuvieran tan juntos que sintieran el calor ferviente.
—Están perdiendo. ¡Los lobos están acabados! —gritó, al tiempo en el que desvestía a su esposa en medio del balcón, donde miraban como la batalla seguía su curso.
Paseó sus dedos por todo su cuerpo, sintiéndose victorioso, con la corona en su cabeza y la gloria bañándolo. Su excitación estaba por las nubes, viendo a su esposa, que nunca lo atrajo tanto, como a la mujer más bella de todos los tiempos.
—¿Lo has visto, cariño? —preguntó el, deslizando su mano entre las piernas de la dama. —No siempre las criaturas extraordinarias ganan.
—Vamos a matarlos a todos. ¿Verdad? Quiero que sea rápido… —dijo ella, envuelta en esa seducción que les aportaba esa victoria. Lilia estaba desnuda de pies a cabeza, eso era lo que más la relajaba, saber que tenía la libertad de hacer lo que quisiera.
—Sí, quiero las pieles intactas para mi sala. —