Amara recibió el alta de la clínica al mediodía, aún sentía una ligera molestia en el cuerpo, pero nada que no pudiera soportar. Dimitrios estuvo a su lado en todo momento, asegurándose de que la atendieran de la mejor manera posible.
Mientras iban camino al hotel, Amara decidió contarle lo que había sucedido la noche anterior.
—Irina vino a verme —dijo con voz seria, observando el rostro de Dimitrios con cautela.
—¿Irina? ¿Qué quería esa mujer? —preguntó él, frunciendo el ceño de inmediato.
—Amenazarme. Me dijo que me alejara de ti, que yo no era más que un entretenimiento pasajero y que si no lo entendía, me haría la vida imposible.
Dimitrios apretó la mandíbula y los nudillos de sus manos se volvieron blancos sobre el volante. Todo cobró sentido en su mente. Las amenazas, la forma en que Amara cayó por las escaleras... No fue un accidente. Irina la empujó.
—Esa maldita... —murmuró con rabia, tomando una bocanada de aire para controlar su enojo. —Voy a denunciarla. Esto no puede que