Capítulo 8
Su voz temblaba de terror. Sus piernas falquearon ycayó de rodillas, golpeando su frente contra el suelo de mármol una y otra vez. Todo su orgullo de Alfa se había esfumado.

—No pretendía hacer daño, lo juro. Isabella y yo somos compañeros. Solo quería traerla de vuelta a la manada. Lo siento, señor Mendoza. No tenía idea de que Isabella provenía de una familia tan poderosa.

Diego no era más que un perro patético, arrastrándose a mis pies, con todo su orgullo de Alfa hecho pedazos.

Mi padre, irradiando pura furia, le propinó una fuerte patada en las costillas.

—¿Llevar a Isabella a casa? ¿Para que puedas torturarla hasta el borde de la muerte otra vez?

—Déjame decirte que llevar tu manada a la bancarrota es salir bien librado. ¡Quiero despedazarte miembro por miembro! Quiero que sientas el mismo dolor que atravesó mi hija.

Palmeé la espalda de mi padre, intentando calmarlo.

Diego, con los ojos rojos e hinchados, se arrastró hacia mí como un perro y suplicó.

—Isabella, ¡de verdad te est
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