La luz de la mañana se filtraba por una ventana.
Estaba sobre mi estómago y parte de mi cabello tapaba mi visión, pero no pude evitar sonreír al recordar la noche anterior cuando pude derribar un poco esa muralla que había construido Massimo a su alrededor y esperaba que nuestro viaje a Génova cambiara todo. Besos fueron esparcidos en mi espalda desnuda y suspire de placer.
Era la primera vez desde hace mucho que Massimo se quedaba en la cama conmigo
—Sabes que es casi medio día—me informó con voz ronca Massimo haciendo que saltara de la cama
—¡Maldita sea! debo ir a la tienda—dije buscando mi ropa, pero un brazo me barrio y me devolvió a la cama. Me encontré con la mirada oscura de Massimo. Estaba recién despierto, su cabello despeinado y lucía una sonrisa torcida
—Porque no te tomas un par de horas y vas después del almuerzo—dijo antes de besarme. A la mierda el aliento de la mañana, este hombre sabia delicioso a cualquier hora. Sus labios me dejaron con ganas de más, comenzó a mord