Casada con el enemigo de mi padre
Casada con el enemigo de mi padre
Por: Redrosess
El enemigo:

Convento Madre Teresa de los Olmos, Palermo, Italia.

Noviembre de 2020.

3:30 a:m

El sonido de los disparos la despertó. Sobresaltada y asustada hasta el borde de un colapso nerviosos, corría, junto a las demás novicias, a buscar refugio en el atrio central de la iglesia.

Gruesas lágrimas caían por su rostro, sabía que lo que estaba sucediendo era su culpa. Había intentado mantenerse apartada de la suciedad y mugre que rodeaba a su familia, había intentado mantenerse oculta, llevando una vida tranquila, dedicada al rezo y a la meditación como medio para alcanzar un ápice de paz, sin embargo, todo había sido inútil.

La habían encontrado. La llegada de los mafiosos había firmado su sentencia y la de todas las mujeres en el convento.

Las grandes puertas de la capilla principal brindaron resistencia hasta que se empleó una granada contra ellas, haciéndolas saltar de sus goznes y caer estrepitosamente al interior de la capilla.

Dentro, las cien novicias y las cinco monjas temblaron de pavor. Ante la procesión de no menos cincuenta hombres armados hasta los dientes que comenzó a desfilar, tomando puntos estratégicos frente a los diferentes ventanales y a la puerta que acababan de derribar.

—¡¿Es que no tienen respeto por la casa de Dios?!- gritó colérica sor Juana, encarando a uno de los matones armados y recibiendo en respuesta una sonorísima cachetada que la lanzó al suelo.

Después de eso, un silencio sepulcral se apoderó de las aterrorizadas mujeres que presenciaban la entrada del mismísimo Satanás. Vestido en su impecable traje negro, sin siquiera una diminuta hebra de cabello fuera de lugar, escaneando todo el sitio con sus azules y gélidos ojos en busca de su presa, sentándose en las escaleras que ascendían al púlpito.

—¡Sofía Visconti!- ladró el demonio en un acento grueso y feroz.

Las mujeres se mantuvieron silenciosas, abrazándose entre sí, y calmándose unas a otras para que no rompieran en llanto, causando la furia de sus captores.

La terrible bestia sacó su revolver, tambaleándose como si estuviera ebrio, y acarició su propia frente con el cañón del arma, en un gesto de frustración.

—¡Sofia Visconti!- insistió. Viendo que no lograba una respuesta de su audiencia, una sonrisa francamente siniestra y atemorizante apareció en sus labios.

Chasqueando los dedos, hizo traer ante sí a rastras, entre dos de sus matones una mujer de rostro ensangrentado y deformado por los terribles golpes que había recibido, sin embargo, por sus túnicas las demás mujeres la reconocieron fácilmente como la madre superiora, a quien los matones arrastraron hasta hacerla arrodillarse ante el monstruo de rubia y larga cabellera.

El líder de los mafiosos amartilló su arma, dirigiéndola directamente al punto entre los ojos de la madre superiora, para luego dirigir su helada mirada a las mujeres amontonadas cerca.

—¡Sofía Visconti!- vociferó, y esperó unos minutos, luego viendo que no se adelantaba nadie en respuesta a su exigencia, apretó el gatillo.

Ella cerró los ojos, apretándolos fuertemente, colocando sus manos sobre sus oídos, intentando imaginar que estaba en otro lugar, en cualquier otro lugar, menos allí. No necesitó abrir los ojos para saber que los dedos y la sangre de Sor Inés, la madre superiora, manchaban el suelo de la iglesia, los sollozos ahogados de sus compañeras y el eco del sistema separó eran evidencias suficientes.

La muchacha maldijo a su madre, por haberla parido en medio del nido de ratas y víboras que era su familia, maldijo a su padre, por haberla comprometido a la edad de quince años con un hombre que fácilmente podía ser su abuelo, maldijo a su medio hermano, Vito y se maldijo a sí misma; por haber sido tan ingenua, por haber sido tan estúpida, por haber creído que estaría a salvo manteniéndose oculta y por no haber tenido el suficiente valor para acabar con su propia vida cuando pudo.

El terrible ser de ojos de hielo, soltó una carcajada, y haciéndole señas a sus matones ordenó que le trajesen cerca a una histérica y llorosa sor Juana.

Supo que el hombre pretendía asesinarles una a una, hasta que alguna de ellas confesara ser la mujer que buscaban o alguien la delatara, sabiéndose perdida y deseando de una vez acabar con todo, dio tres pasos al frente, en el mismo instante en que el verdugo apuntaba su arma a la frente de su nueva víctima.

—¡Sonno io!- gritó a viva voz.- ¡Sofía Visconti sonno Io! ( Soy yo, Sofía Visconti soy yo!

 Moscú.

 Dos años después:

Pocas cosas sacaban de sus casillas al Don de la mafya rusa más que los Visconti.

La familia mafiosa italiana había intentado apoderarse de los territorios de los Ivanov demasiadas veces. A pesar, de que entre sus muchos intereses comerciales solamente tenían en común el tráfico de drogas, el Padrone de la mafia italiana, el señor Visconti, codiciaba el dominio y el respeto que ejercía el nombre de Alexis Ivanov en los territorios de la federación rusa y la antigua Unión soviética.

Sin embargo, había algo o mejor dicho alguien, que desde hacía ya un tiempo se estaba convirtiendo en una espina en su costado. Llevaba unos minutos conduciendo su nuevo Ferrari convertible por las calles de Moscú cuando recibió la llamada telefónica que le había causado el mal humor que tenía justo ahora.

—Debiste haberla matado hace dos años.- la mujer al teléfono protestaba y vociferaba.- aquel convento ardió hasta los cimientos y me juraste que te habías encargado de ella. En su momento la prensa la dio por muerta, pero un periódico amarillista sacó una exclusiva hace meses ponderando la posibilidad de que continúe con vida. ¿Me estás escuchando, Alexis?

—Por supuesto que lo hago, estás en el manos libres del coche.- gruñó él.

—Esto no es un juego. Estás metido en una situación peligrosa, ese artículo ha enviado a los italianos a olfatear alrededor nuestro. Sabes que es posible que tengan espías dentro de nuestra organización. A nivel internacional es bien sabida la gran rivalidad existente entre las familias.

—¿Y tu punto es?

La mujer al otro lado de la línea bufó exasperada.

—Mi punto es, que deberías asesinar a la italiana de una jodida vez. Esa mujer nos traerá problemas, te lo advierto, ahorremonos todo el drama, entiérrale una bala entre los ojos, ocúltala en una tumba sin nombre en medio del bosque y no hablemos más del asunto.

—Hay un pequeño detalle que se te olvida, aquí el Don de la mafya, soy yo.

Un silencio sepulcral se apoderó del otro lado de la línea telefónica.

—Eres la Koroleva porque quiero, Yelana, no lo olvides. Métete en tus asuntos que yo me ocuparé de los míos. La italiana morirá cómo y cuándo yo quiera, no cuando lo ordenes tú. ¿Te queda claro?

—Si, mi Don.

—Perfecto. Ahora ponte a trabajar, que si tus putas me hacen perder dinero por holgazanas te las verás conmigo.- colgó.

Mujeres. ¡Malditas mujeres!

Siempre encontraban la forma de amargarle el día.

Primero su actual amante, le había arruinado el humor haciéndole demasiadas preguntas, preguntas francamente sospechosas, preguntas relacionadas con la italiana y su paradero; a las cuales él había respondido con las ya ensayadas y conocidas mentiras. Sin embargo, había tomado las medidas pertinentes, a partir de esta tarde un grupo de sus hombres seguiría a Sonya, sin perderle ni pie ni pisada. Si la rumana estaba aceptando sobornos de alguno de sus enemigos, bueno, era una lástima, pero de ser así, la rubia ya olía a cadáver.

Y ahora, Yelana  tenía la desfachatez de venir a darle órdenes. Queriendo forzarle a deshacerse de una rehén muy valiosa. No.

La muerte de la  Visconti la causaría él, y solamente él. Si se le daba la gana.

***

El regreso del Don a su guarida, en la inhóspita y helada tundra siberiana, era siempre causa de gran jolgorio y festín entre los soldados de la mafiña, quienes celebraban durante días lanzando ráfagas de disparos, encendiendo hogueras y emborrachándose.

La “ Ciudadela” era una estructura enorme, de localización difícil entre la alta nieve y que servía tanto de punto de refugio como de fragua y arsenal, ya que en ella fabricaban y almacenaban los múltiples modelos de armamento que distribuían a nivel mundial.

Los Ivanov siempre habían sido temidos en Rusia, se decía que eran descendientes directos del hijo ilegítimo que en siglo XVI, la entonces zarina de Rusia le había arrancado de sus brazos a su nuera Catalina, quién después pasaría a los anales de la historia como Catalina” la grande”, y puede que sangre real corriera por sus venas, pero eran realmente un grupo de desalmados y asesinos de aspecto nórdico.

Todos los hombres, e incluso las mujeres de la familia compartían los ojos azules y el cabello tan rubio que parecía blanco, sin embargo, en cada generación, solo el más sádico y sanguinario de los muchachos era electo el nuevo Don, tras tres pruebas terribles y altamente peligrosas.

Para Alexis, la primera había sido asesinar a Noah Visconti, el hijo mayor del Padrone italiano y su presunto heredero. El asesinato había sido pan comido. El tipo había sido presa más que fácil en un club de strippers masculinos en Madrid, al parecer el difunto Noah prefería que le dieran por detrás.

La segunda prueba consistió en robar una joya muy valiosa e importante para la desaparecida corona rusa. Dicha joya permanecía resguardada en la caja fuerte de la mansión y solo Él conocía la combinación de la misma.

La tercera prueba había sido llevar a Sofía ante su padre, quién después de luchar durante cinco años contra el cáncer,  había perdido la batalla él día después de tener a la dichosa italiana frente a sí.

—¡Rosa! ¡Rosa!- le había escuchado exclamar a Víctor, su padre, quién se había impresionado enormemente al posar su mirada sobre la chiquilla de dieciséis años, cabellera negra y piel de porcelana que él le había llevado.

—No permitas que le hagan daño, hijo. Júrame que la mantendrás oculta.- había desvariado su padre.- es la hija de Rosa, no pude hacer nada por su madre y no podré hacer nada por la hija, pero tú sí, hijo mío. Esconderla, te lo suplico.

—No se altere padre, prometo que lo haré.

Alexis guardaba en secreto la última promesa que la había hecho a su padre. Sabía que el retraso en la muerte de la italiana lo hacía quedar como un débil pero estos dos años le habían servido para hacer unas cuántas averiguaciones y se había sorprendido de lo que había desenterrado.

La chiquilla no era simplemente la hija menor del Padrone italiano, sino que era además una bomba de tiempo.

Bebía su vodka, en el salón principal de la Ciudadela, rodeado por sus hombres, en lo que se asaba un cerdo bien gordo para el festín por su llegada. Su mirada caía de vez en cuando sobre alguna de las sirvientas que iban y venían entre sus hombres, trayendo y llevando bebidas y alimentos, intentando adivinar cual de ellas era la putica italiana que le concedería la victoria sobre su mayor y más problemático enemigo.

 Unas eran demasiado rubias, otras demasiado pelirrojas, algunas incluso demasiadas altas y todas en general demasiado maduras. La mayoría de las mujeres que servían en su resinto, rondaban los treinta. La muchacha que él buscaba no tenía ni diecinueve años de edad.Haciendo una seña le indicó a la matrona que se acercara. La mujer llegó a su lado con gran expresión de orgullo.

—¿Dónde tienes a la escoria italiana, mujer? Sé lo mucho que te gusta torturarla así que dime, ¿qué hiciste con ella esta vez?

La matrona sonrió, mostrando sus pocos dientes y arrugando aún más su rostro de momia.

—La mandé a recapacitar sobre sus errores al foso, Señor.

Él le devolvió la sonrisa.

—¿Cuantos días lleva allí?

—Una semana, mi Don.

El ruso elevó una ceja.

—Imagino que la tendrás a pan y agua, ¿verdad?

—Por supuesto, siempre lo mejor para nuestra huésped más distinguida.

—¿En cuál suit la hospedaste?

—En la trece, por supuesto. Una habitación especial para una chica especial, ¿no cree, mi Don?

Él soltó una carcajada, mientras el vejestorio regresaba a supervisar el trabajo de las sumisas. Más que como a sirvientas las trataba como a esclavas, mandándolas a azotar o a encerrar en el foso ante el más mínimo error.

A la vieja la conocía desde que tenía uso de razón, según creía, la mujer había sido muy hermosa alguna vez, tanto, que había sido la amante predilecta de su abuelo, y se había ganado un lugar bajo el techo de los Ivanov al ser la más intransigente y recalcitrante entrenadora de sumisas de todo el continente. La mujer las rompía o las arrastraba al suicidio, no había más opciones.

La celda trece la recordaba perfectamente, era la celda destinada para los traidores de la organización, siempre atestada de ratas e inundada de las aguas que vertían directamente del alcantarillado del Cubil.

Un músculo saltó en su perfilado mentón.Una semana a pan y agua en el foso la habrán dejado débil seguramente. Había prometido a su padre que mantendría oculta a la chiquilla pero nunca juró que le daría un trato diferenciado.

 No tengo tiempo para esto, y no estoy de humor para juegos, pero apestando a heces y a orinas no me sirve.

Después de unos minutos, hizo llamar a un par de sus soldados, dándoles órdenes precisas y haciéndolos acompañar por cuatro esclavas.

Empinándose el vodka, comenzó a devorar las grandes porciones de carne asada que le habían servido, en lo que uno tras otro sus hombres proponían brindis. En su mesa se sentaban su hermano Eván y su hermana Milia, cada uno estaba ya más borracho que el otro.

A eso de las dos de la madrugada, en Don dio el festín por terminado, y aunque la matrona insistió en hacerlo acompañar por el par de esclavas mejor adiestradas, él se negó.

Quería estar solo, necesitaba darse un baño con agua cliente y descansar las miserias cuatro horas que sabía que dormiría. Se encerró en su cuarto y ya estaba quedándose dormido cuando tocaron a su puerta.

Abrió hecho una furia. ¡¿Quién osaba interrumpir el descanso del Don?!

El hombre al otro lado de la puerta palideció visiblemente al contemplar a su jefe vestido solamente con un boxer negro.

—Mi Don, perdóneme por molestarlo, pero…

—Habla o te pego un tiro.- masculló Alexis.

—Soy el médico de la Ciudadela, fui mandado a llamar para atender a una paciente. La muchacha tiene fiebres de cuarenta grados Celsius, y todo parece indicar que sufre de leptospirosis.

Él arrugó el entrecejo.

—Si es una de las sumisas, atiende el asunto con la matrona.- bufó, intentando cerrar la puerta. El hombre se lo impidió, haciendo fuerza con un brazo, Alexis lo miró elevando una ceja.

—¿Quieres perderla?- amenazó.

El médico rápidamente retiró su mano, apresurándose a ofrecer una entrecortada explicación.

—La enferma no es una de las sumisas. Es una prisionera a quien sacaron de la celda trece esta tarde, por orden suya. Cuento con antibióticos para comenzar su tratamiento pero me temo que no sean suficientes. Ya que la prisionera le pertenece, mi Don, dígame, ¿la dejo morir o envío por los medicamentos necesarios a Moscú?

Un músculo saltó en el anguloso mentón del rubio. Pocas cosas sacaban de sus casillas al Don de la mafya , y la ratica Visconti se estaba convirtiendo rápidamente en una de ellas.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo