Una vez que llegaron a casa, Antón rodeó a su esposa desde la espalda y le propinó un beso suave y delicado en su cuello. Luego la giró para que quedara frente a él.
—Perdóname, soy un imbécil.
—No digas eso, amor. Hasta yo me pondría histérica si me dicen que alguien toma de la mano a mi esposo.
Él sonrió y aspiró el aire que su amada expulsaba; la besó en esos labios que le sabían a miel.
—No quiero perderte. Te amo tanto —susurró mientras la besaba.
—No me perderás. Siempre estaré junto a ti —murmuró ella mientras sacaba la camisa de su amado.
Estando en el baño, se desnudaron, y se introdujeron en la ducha. Antón sentía que no habría más vida si no era junto a Alexa. Bajo la cálida agua que salía de la ducha, se amaron.
En casa de los Durant, Mario tomó la llave y sacó una copia. Sin que nadie lo supiera, entró a la habitación de Ramiro e intentó darle una pastilla. Antes de que esta fuese puesta en la boca de Ramiro, varios pasos se escucharon.
Al abrirse la puerta, él se escondi