Capítulo 3

Hudson Toscani 

No me gustaba ir al club los días de semana. En muchas ocasiones resultaba ser un lugar muy aburrido lleno de adolescentes que se escapaban de casa un día de semana por la noche para disfrutar de su juventud.

No tenía nada que ver conmigo, pero ciertamente era aburrido. Pero tenía negocios que tratar, cosas que necesitaban de mi atención y se la podía dar completamente mientras estuviera en aquel club que era claramente el mejor de la ciudad.

Las cámaras de seguridad en mi pantalla me dejaban ver todo, absolutamente todo el lugar incluyendo la entrada y el estacionamiento si así lo quería. Pero la mayoría de las veces no me apetecía prestar atención a áreas como esas.

Un rato pasó mientras yo trataba de idear la manera más fácil para pedirle a dos de mis socios que estaban en camino que me ayudaran a trazar un plan. Ellos eran estrategas natos. Ian de Luca, hermano de mi mano derecha y un italiano de pies a cabeza y también teníamos a Natali Privalti, su esposa y asociada a la mafia rusa, el lugar de donde yo venía.

Había sido un shock para muchos miembros de la mafia italiana que se le permitiera a un hombre como yo la entrada a su preciada Cosa Nostra. Pero yo me había ganado la confianza del entonces jefe y había logrado que me cediera todo, que me nombrara un hijo más suyo y me diera todo su poder.

Si bien, yo hui de la mafia rusa cuando las cosas se pusieron difíciles, nadie podía culparme, yo había sido solo un niño de quince años cuando llegué a Estados Unidos en barco. Un niño que se pasó semanas vomitando por la borda porque nunca se había subido a uno.

Había tenido más agallas que cualquiera cuando me colé en ese barco con comida insuficiente, pero con ganas de seguir viviendo.

Volviendo al presente, me enfoqué en las cámaras esperando el momento exacto en el que entraran, después de todo no había mucho que hacer que no fuera eso.

Pero en vez de encontrarme con una cabellera rubia como lo era la de Natali. Me encontré con una cabellera que era identificable para mí por culpa de la poca luz, pero que sabía perfectamente era de un color caramelo.

Ella llevaba un vestido blanco ajustado a todo su cuerpo y realzando todos los atributos de mujer que se cargaba.

Moviendo su mirada por todo el lugar se acercó a la barra y pidió un trago. Y yo solo pude preguntarme ¿Qué demonios hacía esa mujer en mi club? No tenía prohibida la entrada, pero estaba seguro de que su marido le hubiese roto el cuello si insinuaba siquiera poner un pie en la acera del local.

Pero su esposo no parecía estar por ningún lado y ella no llevaba esos trajes de falda color crema que sabía siempre llevaba porque la había visto muchas veces alrededor de los lugares de apuesta influyendo en sus decisiones mientras el estado de ebriedad les hacía decir y hacer cualquier cosa por la mujer hermosa.

No, absolutamente no, esas prendas estaban lejos de su cuerpo y ese cabello que llevaba en un moño de señora de casa recatada estaba suelto dejándome ver lo largos que eran esos exquisitos mechones.

Una sonrisa brilló en mis labios al verla beberse dos copas sin titubear y luego fue capaz de ponerse de pie y comenzar a bailar en la pista, sola. Sin ningún guardia, sin su esposo, sin nadie que la vigilara y eso me hacía saber que nadie sabía dónde estaba la belleza.

Y eso me dejaba pase libre para hacer lo que quisiera con ella.

Raian Renalti era uno de los hombres que más despreciaba en esto mísero mundo. Detestaba cualquier cosa que tuviera que ver con ese hombre, no solo porque éramos contrarios en la mafia. Él perteneciendo a la mafia irlandesa y yo perteneciendo a la italiana. No, ahí no estaban precisamente nuestras enemistades.

Estas empezaron desde el momento en el que él fue a la casa de los Volkov y exigió tomar a la mujer que bailaba de forma descuidada en mi pista de baile.

Hacía muchos años yo habían visitado la casa de los Volkov por las alianzas que manteníamos. Ellos eran ese punto medio en todo el mundo de la mafia, porque nadie tenía problema con ellos y hacían tratos con todo el mundo sin verse como traidores, solo simples comerciantes estrategas.

Pero el día en el que entré y vi a la hermosa Italy fregando los pisos supe que probablemente nos uniríamos de formas diferentes. Para ese entonces ella tenía dieciocho años y sabía que la habían vendido para saldar una deuda.

Pero aun cuando era una esclava ella estaba tan llena de vida, tan deseosa de más y sus ojos brillaban de forma tan hermosa que no pude evitar sentir el tirón que me atrajo hacia ella.

Pero en ese entonces yo no tenía tanto poder, no podía simplemente ir y reclamarla.

Y ahí fue el momento en el que los Volkov también se volvieron enemigos.

Contaron mi interés por la mujer y Raian Renalti fue y la tomó como suya, la manipuló a su antojo, la moldeó de la forma en la que él sabía que odiaría verla y luego me arrojó fotos de ella desnuda y se burló de tener la mujer que yo quería de esa forma.

Ella estaba atada, con moretones en su cuello y todo su cuerpo mientras sus ojos estaban cerrados.

Había traicionado su confianza tomando esas fotos mientras ella estaba vulnerable y desde entonces el odio que había sentido por el ascendía cada vez más.

Por eso, al verla vulnerable en mi territorio unas terribles ganas de tomarla y llevármela crecieron como garras que se encerraron alrededor de mi corazón y me exigieron hacer lo que quería. Me exigieron que poseyera a la mujer que estaba tan despreocupada en la pista de baile.

Suspiré profundo para mí mismo y cuando la vi moverse hacia el baño me puse de pie y la seguí.

No tenía idea de por qué ella estaba aquí. Por qué habías cruzado esa puerta cuando sabía claramente que su esposo me odiaba, que había una rivalidad eterna entre ambos.

Pero lo descubriría, descubriría por qué ella me había buscado, porque eso era exactamente lo que esta mujer había hecho.

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