Capítulo tres. Eres un hombre cruel

Domenico caminó por los pasillos de la empresa, mientras recibía las felicitaciones por su reciente matrimonio, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por mantener la sonrisa en su rostro, al fin y al cabo, ninguna de esa gente tenía la culpa de lo ocurrido. No podía decir lo mismo de la mujer que caminaba detrás de él con una sonrisa tatuada en el rostro.

—¿Se puede saber qué es lo que te causa tanta gracia? —preguntó una vez que estuvieron en la seguridad de su oficina.

—¿Qué tiene de malo que sonría? —preguntó y añadió—: ¿no es lo mismo que tú hacías mientras saludabas a tus empleados?

Domenico apretó los dientes con tal fuerza que su mandíbula se marcó de manera pronunciada, dándole un aspecto rudo. Aunque Pilar pensaba que eso era imposible.

—No intentes pasar la línea entre nosotros, Pilar. Te lo he dicho antes y te lo repito, no eres nadie en mi vida —juró.

—Lo has dejado tan claro como el agua, Domenico. Por lo que no comprendo tu necedad de repetírmelo —lo encaró Pilar.

—Quiero dejarte claro el lugar que ocupas en mi vida, eso es todo —aseguró girándose para caminar a su silla detrás de un lujoso escritorio de caoba, pero las palabras de Pilar le hicieron detener en seco.

—Más bien creo que las repites para poder creérselo. ¿De qué tienes miedo Domenico Conte? —preguntó acercándose a él sin ningún tipo de precaución, su mecha era corta y el hombre, delante de ella, la había encendido­—. ¿Temes enamorarte de una mujer como yo? ­

Domenico se giró tan violentamente que no le dio ninguna oportunidad a Pilar para salir de su camino y antes de que pudiera comprender lo que sucedía había sido tomada por el cuello y arrinconada contra la pared más cercana.

Pilar dejó escapar un gemido al sentir la dureza chocar contra su espalda, sin embargo, no se retractó de sus palabras y tampoco apartó la mirada de Dominico.

—¿Vas a matarme? —le preguntó sintiendo que el aire empezaba a faltarle.

—Te aseguro que, si no cierras la boca, es exactamente lo que haré —aseguró con los dientes apretados.

—Entonces, ¡hazlo, Domenico! ¡Cierra tu mano sobre mi garganta hasta la asfixia! —exclamó, aunque su voz salió ronca, ella no suplicó por piedad. Lo había hecho con Ennio y no le había servido de nada.

Domenico apartó la mano del cuello de Pilar como si su piel le quemara y se alejó de ella.

—No me provoques, Pilar, porque te juro que no habrá una segunda vez.

Pilar se llevó una mano a su cuello, lo miró por unos largos minutos antes de hablar:

—Eres un hombre cruel y despreciable, Domenico, no eres muy distinto de Ennio Di Monti, quizá eres mucho peor que él —espetó con lágrimas en sus ojos, lágrimas que se negó a derramar.

La mirada furiosa de Domenico no presagiaba nada bueno, aun así, Pilar no se detuvo.

—Ni siquiera me conoces, pero juzgas como si fueras Dios, eres un hombre común y corriente, Domenico, y un día tendrás que tragarte cada una de tus palabras.

—¡Sal de mi oficina y vete a donde no pueda verte! —gritó.

Esta vez Pilar no lo contradijo e hizo exactamente lo que le pidió, salió de la oficina sin rumbo fijo.

Pensando que esta sería una buena oportunidad para escapar, pero… ¿A dónde? Ella no tenía amigas, ni siquiera conocía toda la región de Sicilia.

Pilar caminó con tanto afán, que ni siquiera se fijó en el hombre que venía directamente hacia ella, hasta que sus cuerpos impactaron y ella dejó escapar un gemido de dolor cuando cayó de bruces al frío piso.

—Lo siento —se excusó con rapidez.

—¿Estás bien?

Pilar levantó la mirada para encontrarse con un hombre que parecía ser la versión más joven de Domenico y que le extendía la mano para ayudarla a ponerse de pie.

—Soy Pietro, el hermano menor de Domenico —informó, aunque Pilar lo conocía, había estudiado a todos los miembros de la familia Conte, para no parecer una recién aparecida en la alta sociedad siciliana.

—Gracias —susurró ella, tomando la mano y poniéndose de pie.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó.

Pilar no sabía si confiar en él o no, después de todo era el hermano de Domenico y algo debían tener en común.

—Necesito ir a casa, tengo que recoger algunas de mis cosas —expresó sin dar mayor información.

—No hace falta que vuelvas a la mansión Di Monti, tus pertenencias llegaron a la casa de Domenico esta mañana, así lo ha informado tu padre.

Pilar asintió, pero estaba igual de pérdida, no sabía dónde quedaba la casa de Dominico o si era la misma donde se había llevado a cabo de boda la noche anterior.

—¿No sabes dónde vive Domenico? —preguntó Pietro.

—No.

—Lo imaginé, puedo llevarte personalmente o pedirle a Gaia que lo haga —se ofreció con tal amabilidad que Pilar no pudo evitar desconfiar de Pietro.

—¿Quién es Gaia? —preguntó al no ver a nadie más que ellos en el estacionamiento.

—Es la secretaria de Domenico.

—Dudo mucho que él quiera que alguien de su entorno me acompañe —musitó.

—Por lo que veo han comenzado con el pie izquierdo.

Pilar se encogió de hombros.

—Llamaré a Gaia para que te lleve a casa, te das un baño y te olvidas de lo que sea que haya sucedido hoy. Debías estar de luna de miel y no metida entre cuatro paredes. Sin embargo, no podemos esperar mucho de Domenico —dijo como si le estuviera contando un secreto.

—Señora —la voz de Vittorio les interrumpió—. El señor me ha pedido que la lleve a casa —añadió.

Pietro y Vittorio se enfrentaron en un duelo de miradas por unos breves segundos antes de que el hermano de Domenico guardara el móvil.

—Te veré después, Pilar, papá, ha organizado una reunión para el próximo fin de semana y ustedes serán los invitados de lujo —informó.

Pilar dudaba, pero no dijo nada, en su lugar, caminó detrás de Vittorio, quien le abrió la puerta y la cerró, apenas ella entró en el auto.

—La llevaré al ático en Vía Príncipe di Villafranca —le informó el guardaespaldas.

Pilar no se molestó en responder, asintió y se concentró en el desfile de edificios que pasaron frente a sus ojos, tenía poco conocimiento de la ciudad de Palermo, incluso Ennio le había sugerido que se decantara por las ciudades de Taormina y Catania, pero tal parecía que Domenico no tenía ningún interés en llevarla a ninguna de sus casas.

—Lamento que las cosas se dieran de esta manera —expresó Vittorio, captando la atención de Pilar.

—¿A qué se refiere?

—Debí impedir que esa noche usted y el señor Conte llegaran más allá de la puerta, o impedir que Ennio Di Monti, entrara como perro por su casa.

Pilar negó.

—Supongo que nada podía impedir lo ocurrido, Vittorio —dijo sin verlo.

—Quizá tenga razón, hemos llegado —anunció, estacionando frente a un lujoso edificio.

Pilar bajó del auto, recibió la tarjeta de entrada y se encaminó sin mirar atrás, mientras el auto volvía por donde llegó.

La muchacha se dejó caer sobre uno de los lujosos sillones de la estancia, todo a su alrededor grita lujo y poder, todo eso que Ennio deseaba para él, esa era la razón. Pilar llevó una mano a su vientre y pensó en la posibilidad de estar embarazada del diablo, eso sería tener muy pero muy mala suerte.

Ella habría deseado tomar la pastilla del día después, pero Ennio se había asegurado de que no tuviera acceso a ningún tipo de medicamento. Todo había sido realmente vergonzoso para ella, las preguntas que le hizo y que ella no supo resolver con seguridad y que tuvo que especular para verse libre.

Solo entonces y en soledad, ella se rompió y se echó a llorar de manera desconsolada. No tenía a nadie en Sicilia, estaba sola y en manos de hombres duros y crueles. Hombre que no les importaba nada más que el dinero y el poder. Sin importar el precio que tenían que pagar para conseguirlo.

Pilar se dejó caer sobre el frío piso, se encogió en posición fetal y lloró, lloró todo lo que pudo y sacó todo lo que llevaba dentro. Porque aquella era la última vez que ella se compadeció de su suerte…

Mientras tanto, Domenico observó la ciudad desde lo más alto del edificio, recordó su mano cerrarse sobre el cuello de Pilar y no era precisamente lo que acaba de hacer unas horas atrás, las imágenes que acudieron a su mente, eran el recuerdo de la noche que habían pasado en el ático del Malavita, semanas atrás.

—Estás caminando sobre una fina línea, Domenico, y lo peor es que lo haces muy consciente —expresó Pietro desde su asiento.

—Sabes muy bien que no deseaba esto.

—Lo sé, pero debes aceptar lo que hay, eres el hijo mayor de Alessio Conte y cargas sobre tus hombros el peso de una dinastía entera.

Domenico apretó los puños.

—Yo no habría elegido esta vida —espetó, pensando en todo lo que había perdido por ser el hijo mayor y heredero de la organización en la cual no tenía interés alguno.

—Gustoso cambiaría mi vida por la tuya, Dom, pero sabes que es imposible —Pietro bebió el contenido de su copa de un solo trago—. Si me permites un consejo, hermano, acepta tu destino o termina con ella.

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