Capítulo dos. Jamás serás mi mujer

«Te prometo que te haré pagar por esto».

Aquellas palabras fueron un mantra en la cabeza de Pilar Di Monti durante las horas que duró la fiesta y la acompañaron durante el trayecto al hotel, donde pasarían su noche de bodas.

Pilar echó un vistazo al semblante serio de su marido, apartó la mirada tan rápido como pudo para evitar que él se diera cuenta de que lo observaba.

La joven se preguntaba ¿Cómo diablos fue a terminar precisamente en los brazos del hombre de quien escapaba?  Quizá era cosa del destino, realmente había sido una tontería desafiar a su padre de aquella manera tan abierta. Ennio no era un hombre que se fuera por las ramas y lo había dejado muy claro el día que se presentó en su casa y la obligó a venir con él, hasta ese momento Pila no tenía conocimiento de sus verdaderos orígenes, su madre nunca le habló de su padre y menos de lo terrible que podía ser. Pilar jamás se hubiese imaginado que por sus venas corría sangre siciliana y mucho menos se imaginó ser la hija de un mafioso. Pero Ennio no solo la arrancó de su país natal, también la obligó a usar su apellido para poder casarse con Domenico Conte, el diablo siciliano.

Pilar echó otro rápido vistazo al rostro del hombre y la verdad es que le hacía justicia a su apodo. Era serio, frío y arrogante.

¡Y jodidamente guapo!

Pero era el tipo de hombre con quien ella jamás hubiese querido terminar casada; sin embargo, ahí estaba lejos de México, lejos de su madre que necesitaba un trasplante de corazón y casada con un hombre que a leguas se notaba el profundo odio que sentía por ella.

—Deja de mirarme, que no saltaré sobre ti, si es lo que estás imaginado —soltó Domenico con rudeza.

Pilar no se molestó en responder, se fijó en la cantidad de edificios que pasaban delante de sus ojos, con uno de sus dedos se limpió la caprichosa lágrima que abandonó sus ojos y respiró.

Con Ennio había aprendido que llorar no servía de nada, ella tenía que ser fuerte e inteligente y encontrar una manera de verse libre de aquel matrimonio que solo le presagiaba infelicidad.

«Pero que asegura el dinero y el trasplante de corazón para tu madre», le recordó su conciencia.

Pilar dejó escapar un exagerado suspiro que hizo fruncir el ceño de Domenico, no obstante, él no volvió a dirigirle la palabra.

Cuando la limusina se estacionó frente al lujoso hotel, el cuerpo de Pilar tembló.

—No te asustes que no pienso tocarte de nuevo. Eres mi esposa, pero jamás serás mi mujer —dijo con crueldad.

Pilar cerró los ojos por un breve momento.

—Te aseguro que te estoy muy agradecida, por eso —musitó.

Dominico arrugó el entrecejo, pero en lugar de responder, se bajó del auto y caminó al interior del hotel, directamente al elevador, su gente se había hecho cargo del resto.

Pilar apresuró el paso para no quedarse atrás, no quería dormir en el pasillo, aunque entre dormir afuera o hacerlo adentro, ya no sabía que era peor. El frío sería el mismo.

Domenico se quitó el saco y lo lanzó con tal brusquedad que terminó en el piso. Se sentía cómo un animal recién cazado y enjaulado y saberse con Pilar no ayudaba a la causa. Verla solo le hacía sentir el hombre más idiota del mundo.

El hombre caminó el minibar de la suite, se sirvió un Vodka, mientras su móvil sonaba. Por un momento estuvo tentado a ignorar la llamada, pero en ese momento recordó que no se había comunicado con Paolo desde que lo dejó en la casa de seguridad en la isla Bella.

—Ciao —pronunció, saliendo al balcón al ver a Pilar entrar a la habitación.

Ciao papà, volevo solo dirti che ti voglio bene —expresó Paolo al otro lado de la línea.

—Anch'io ti amo —respondió en voz alta, tan alta como para que Pilar escuchara la última frase.

Pilar se sentó sobre la cama, su italiano era tan pobre, que sabía técnicamente lo básico. Así que imaginó que Domenico le hablaba a alguna mujer que había dejado para casarse con ella; por supuesto que eso le tenía sin cuidado. Pilar era consciente que su matrimonio solo era un acuerdo entre mafiosos y que carecía de cualquier tipo de sentimientos y emociones.

Con aquel pensamiento se puso de pie y se plantó delante de Dominico Conte.

—No voy a tocarte —gruñó.

—Lo escuché, fuiste muy claro antes —habló, tratando de ocultar su miedo y la angustia que tenía instalado en la boca del estómago.

—Entonces, ¿Qué es lo que quieres? —preguntó con frialdad.

—Quiero hacer un trato contigo —expuso.

Domenico elevó una cena y sus labios se curvaron en lo que debía ser una bonita sonrisa, pero que solo fue una burda imitación de una. Era un gesto torcido que no transmitía nada.

—¿Qué te hace pensar que estoy interesado en hacer tratos con una mujer como tú? —cuestionó pasando de ella, para dirigirse al minibar.

—¿Una mujer como yo? —cuestionó Pilar, caminando detrás de él, olvidando el miedo que le producía estar frente a Domenico, lo enfrentó— ¿Qué quieres decir exactamente con eso?

Domenico se giró tan bruscamente que terminó chocando con el cuerpo de Pilar, la mujer cayó de bruces sobre el sofá. Cosa que Domenico aprovechó para acercarse a ella, como si fuera un león en plena cacería.

—¿Qué-qué haces? —preguntó al sentir el aroma del aliento de Domenico sobre su rostro, era una extraña combinación, alcohol y menta.

Embriagador.

Domenico sonrió con crueldad al verla temblar como si fuera una maldit4 hoja mecida por un fuerte y rabioso viento; pero se alejó en el momento que ella cerró los ojos. Se había roto el encanto.

—No creo que tú y yo, tengamos nada que negociar. Conseguiste convertirte en mi esposa bajo todas las leyes, pero no serás más que eso, Pilar Di Monti, no serás más que un papel firmado.

La sangre latina en las venas de Pilar ardió con furia ante el trato despectivo del que estaba siendo víctima en ese momento, así que dijo lo primero que se le vino a la mente.

—Y es todo lo que tenía que hacer, te guste o no. Soy la señora Conte, cumplí con el deseo de mi padre y es todo lo que me importa —espetó con rabia, mientras pensaba en su madre y en el trasplante que necesitaba de otra manera, habría preferido estar muerta que someterse a vivir una vida que no era vida.

Domenico la fulminó con la mirada y su odio por ella aumentó a pasos agigantados.

—Pues te has equivocado conmigo, ser mi esposa no te dará ningún tipo de privilegios, pero sí te garantizo que no habrá día que no te arrepientas de haberme tendido una trampa ese día en el Malavita, lamentarás haberte cruzado en mi camino.

Pilar apretó los dientes, tanto que sintió que iba a partirlos por la presión ejercida, sus manos se cerraron en dos puños, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no arremeter contra Domenico, ella tenía que pensar en su madre.

—Duérmete, mañana será el primer día de tu infierno, por el momento prepararte para ganarte el pan que te lleves a la boca.

Pilar se tragó el enojo, caminó al futón y se dejó caer sobre él, no era la primera vez, ella estaba acostumbrada a dormir en un sillón mucho más pequeño que ese, pero… ¿Por qué tenía que dejarle a ese diablo la cama para él solo?

Aquella pregunta hizo que Pilar volviera a ponerse de pie y caminó con paso firme hacia la enorme cama, era tan grande que bien podían dormirse sin tocarse. Y si al diablo no le parecía, era libre de ocupar el futón.

Entre tanto, Domenico miró su reflejó en el espejo del baño, no había tenido el estómago para continuar discutiendo con esa mujer que ahora era su esposa. El recuerdo del rostro de Pía cruzó por su cabeza y la culpa le cayó como losas sobre sus hombros.

Le había dado a Pilar Di Monti, lo que no le había podido dar a la única mujer que había amado y que era la madre de su hijo.

Con el sentimiento de culpa, la frustración y el alcohol haciendo estragos en su cuerpo, volvió a la habitación para llevarse la sorpresa de ver a Pilar en su cama.

Domenico apretó los puños y estuvo tentado a echarla de la cama, pero decidió no caer en las provocaciones de Pilar, esa mujer se había robado su libertad, pero no le robaría la paz.

A la mañana siguiente y fiel a su palabra, Domenico llevó a Pilar a las instalaciones de la empresa, una de las tantas que figuraban en su haber, pero la única a la que le dedicaba su tiempo completo.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Pilar, bajando del auto.

—Te lo dije ayer, Pilar, ser mi esposa no te resolverá la vida, así que, a partir de ahora, trabajarás como el resto.

Pilar no le tenía miedo al trabajo, era algo que había hecho desde muy joven; sin embargo, las circunstancias ahora eran distintas. Tenía la impresión de que Domenico quería castigarla y eso le causaba terror. No saber cuál era el límite del hombre le angustió.

—No soy una de tus empleados, Domenico, soy tu esposa y mi padre no estará muy feliz de saber lo que pretendes hacer —dijo, pensando que Ennio iba a sentirse indignado y que terminaría culpándola a ella y no a Domenico por esto.

—Me tienes sin cuidado lo que Ennio sienta o quiera; pero siendo honesto contigo, todo lo que quería era el acta de matrimonio firmada, te aseguro que lo que ocurra contigo, le tendrá sin cuidado —respondió con crueldad.

Pilar caminó detrás de Domenico, mientras muchos de los empleados se detenían a saludarlo, el hombre se mostró amable, tanto que, si Pilar no lo conociera, creería que estaba delante de un dechado de virtudes y no delante de un diablo sin corazón.

«Si crees que voy a salir corriendo, te has equivocado, Domenico», pensó con una sonrisa en los labios.

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