Capítulo cinco. La cena familiar

Pilar luchó para que su cuerpo no temblara, su vestido era pegado a su cuerpo y se sentía incómoda además de expuesta, pero la nota que llevaba escrita era clara, debía usar el vestido esa noche y hacer su mejor papel. Ella no sabía lo que eso significaba, no obstante, el recordatorio del trasplante de corazón que su madre necesitaba, estaba fina y delicadamente escrito al final.

Lo que definitivamente Pilar no esperaba era la penetrante mirada de Domenico sobre su cuerpo y mucho menos ese fuego que había visto en sus ojos el día que terminaron en la cama, aquel día que fue su condena y sentencia.

—¿Te comieron la lengua los ratones? —preguntó Pilar de repente, pues el silencio era abrumador, cargado de una tensión que ella no quería y tampoco necesitaba en ese momento. Ya tenía mucho con ir vestida de aquella manera para ser exhibida ante la sociedad siciliana.

La pregunta de Pilar sacó a Domenico de su burbuja e hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no tomarla allí mismo.

—Te has demorado —soltó con fingida frialdad. Domenico podía mentirle a Pilar y al mundo entero, pero jamás así mismo. Por lo que aceptaba que en ese momento se sentía excitado ante la imagen de Pilar y su vestido tan revelador.

—Ya estoy lista —pronunció sin disculparse.

Domenico la haló del brazo y antes de que Pilar pudiera protestar, sintió la mano de Domenico en su espalda baja y un escalofrío recorrió su cuerpo con la fuerza de un rayo.

—Nadie te mandó a ponerte un vestido tan poco tradicional —dijo con brusquedad al sentirla temblar.

Pilar tragó el nudo formado en su garganta, la mano de Domenico sobre su piel no la dejaba pensar con claridad.

—Señora, su abrigo —dijo Vittorio alcanzando a la pareja en el umbral de la puerta.

Pilar le sonrió con amabilidad, mientras la mano de Domenico se cerró sobre su cintura, haciendo que la joven dejara escapar un ligero quejido.

—Gra-gracias —tartamudeó ella.

Domenico se alejó de Pilar en el momento que ella recibió el abrigo para cubrir sus curvas de pecado, solo entonces se dio cuenta de lo posesivo que se mostró con una mujer que no le interesaba en lo más mínimo.

Sin embargo, algunas imágenes de su noche juntos lo golpearon con la fuerza de un guante de boxeo, era inevitable que los recuerdos acudieran a su cabeza, cuando su mano había vuelto a tocar su piel.

«Aquella noche fuiste tú quien la buscó y no al revés. Dudo mucho que ella supiera quien eras hasta la mañana siguiente»

Las palabras de Vittorio hicieron eco en su cabeza y es que el hombre no estaba del todo errado, había sido él quien decidió que esa noche la llevaría al cielo.

¿Sería posible?

Domenico dejó de pensar cuando el elevador anunció que estaban en el estacionamiento del edificio, trató de no mirar a Pilar de nuevo y cuando estuvieron en el auto, trató de sentarse lo más alejado posible de ella, en ese momento no estaba pensando con la cabeza correcta, tal como le sucedió en el Malavita.

El trayecto de Palermo a Trapani duró una hora y cinco minutos, el tiempo que reinó el más absoluto silencio en el auto, pero que no incomodó a Pilar, todo lo contrario, agradeció silenciosamente que Domenico se perdiera en sus propios pensamientos.

—Hemos llegado —anunció Vittorio, rompiendo el sepulcral silencio.

—¿Qué es lo que mi padre busca con una cena hasta la otra punta de Sicilia? —preguntó Domenico saliendo del auto con la elegancia de una pantera.

—No lo sé, su cambio fue brusco, pero ya todos están aquí —señaló el guardaespaldas, señalando una cantidad considerable de autos. Un claro indicativo que no se trataba de una cena familiar. No cuando el lugar estaba lleno de hombres armados hasta los dientes.

—Vamos —ordenó Domenico, cogiendo la cintura de Pilar de nuevo.

Pilar luchó por seguir el paso de Domenico, sus tacones altos no le hacían las cosas fáciles por lo que agradeció el momento que Pietro, su cuñado, les cerró el paso.

 —Buenas noches, Pilar—dijo, extendiendo la mano para saludar a la mujer.

Pilar miró a Domenico, pero ante la falta de interés el hombre, correspondió el saludo.

—Buenas noches, Pietro —saludó ella con familiaridad, algo que molestó a Domenico, pero no dijo nada.

—Pensé que no vendrías —dijo, esta vez dirigiéndose a su hermano.

—Me habría gustado saltarme esta inútil fiesta; sin embargo, no tengo opciones, supongo que Ennio quiere saber si su amada hija sigue con vida —respondió mirando a Pilar fijamente.

—Deja de decir tonterías, será mejor que se den prisa, Alessio está a punto de subirse por las paredes ante tu retraso —comentó.

A Domenico le daba igual si su padre se subía por las paredes o se lanzaba de cabeza al mar, pero no tuvo más remedio que caminar al interior del salón de la mansión de su padre y para su desgracia, Pilar se convirtió rápidamente en el centro de atención de muchos de los hombres presentes.

—No te separes de mí —le gruñó en tono bajo.

Pilar caminó del brazo de Domenico, fue presentada a diversos personajes que ella no conocía personalmente, pero que jugaban un papel muy importante en las organizaciones de los dos clanes. Y eso fue gracias a que Ennio le hizo memorizar nombres y rostros, como si siempre hubiese vivido en Italia y no ser simplemente el resultado de una aventura.

—Querida —dijo Ennio abriendo sus brazos para recibir a Pilar, apenas quedaron frente a frente.

Pilar no tuvo más remedio que sonreír y fingir que le causaba infinita felicidad encontrarse con su padre. Eso era todo, todos y cada uno de los presentes hizo su mejor actuación esa noche. Incluso Domenico se comportó como el mejor de los maridos, sonrió y le susurró cosas a su oído y lo que para todos podría ser interpretado como el matrimonio perfecto, en realidad, era una serie de instrucciones que Domenico le dictó cada cierto tiempo.

—No sonrías tanto —pronunció por enésima vez de lo que iba de noche.

Pilar lo miró, se acercó a su mejilla y dejó que su aliento bañara la piel de Domenico antes de responder:

—Deja de tocarme las nalgas y dejaré de sonreír, porque te juro que la próxima vez que lo hagas, voy a cogerte las pelotas.

Domenico casi se ahogó con el vino que tenía en la boca, miró a Pilar, mientras ella le sonreía a uno de los jefes en la ciudad de Isola delle Femmine.

—No juegues conmigo, Pilar —le susurró.

—No te propases y todos seremos felices —refutó ella.

Domenico estaba a punto de replicar, pero en ese momento fue llamado por Alessio a una reunión de los principales miembros de la organización para tratar asuntos en privado. Para Pilar fue un alivio verse libre de la atención de la gente, caminó al jardín, se sentó en la silla más próxima antes de sentir que ya no estaba sola.

—¿Por qué haces todo esto?

Pilar levantó la mirada para encontrarse con Vittorio.

—¿Hacer qué? —preguntó antes de volver su atención a la fuente en medio del jardín, una visión muy hermosa, la luna se reflejaba en el agua.

—Aceptar cada orden de Ennio —dijo sin atreverse a acercarse a Pilar, respetando la línea invisible entre ellos.

—Soy su hija y es lo que los padres italianos esperan —respondió.

—Sé lo de tu madre —dijo.

El cuerpo de Pilar se tensó como la cuerda de un violín, se puso de pie con tanta lentitud que pareció transcurrir una eternidad antes de enfrentarse a Vittorio.

—Entonces, también sabrás que no tengo más opciones, quise escapar de Ennio Di Monti y solo terminé apresurando las cosas y ganarme una clara sentencia por su parte.

 —Deberías hablar con Domenico, él puede ayudarte y de paso sirve para que su relación sea menos… Complicada —dijo.

—Dudo mucho que él quiera escuchar explicaciones, Domenico me juzgó y condenó sin derecho a ninguna apelación —murmuró.

—Esto cambiaría las cosas entre ustedes —insistió Vittorio

—No necesito que cambien, solo necesito mantenerme viva y siendo su esposa para que mi madre tenga lo que necesita, eso es todo y por favor te agradeceré mucho si no le comentas a Domenico sobre lo que has descubierto —pidió con los ojos llenos de temor.

—No puedo y no quiero mentirle —refutó el guardaespaldas.

—Y no lo harás, solamente omitirás la verdad, porque él no está interesado en saberlo. Tú has hecho esta investigación por tu cuenta, no porque él te lo haya pedido —puntualizó Pilar.

—¿Cómo lo sabes? —Vittorio se alejó dos pasos al escuchar que alguien se dirigía a ellos.

—Le habrías informado primero a él y tú y yo jamás hubiésemos tenido esta conversación —aseguró.

—¿Qué es lo que hacen solos aquí? —la voz de Pietro hizo girar el rostro de Pilar.

—Tomando un poco de aire, la señora Conte no se sentía bien, quizá el vino le sentó mal —puntualizó Vittorio y Pilar no le llevó la contraria.

—Espero que pronto tengamos buenas noticias, nos hace falta un pequeño heredero en la dinastía —comentó en tono risueño.

Pilar se sonrojó.

—Tengo que volver —dijo.

—Domenico te busca, al parecer no llegó a ningún acuerdo con nuestro padre y desea marcharse —informó.

Pilar y Vittorio caminaron de regreso al interior de la mansión, para encontrarse con el rostro frío de Domenico.

—¿Qué pasa? —preguntó Vittorio.

—La fiesta terminó para nosotros, volvemos a Palermo —anunció, tomando la cintura de Pilar de nuevo y llevándosela con él.

Pilar subió al auto y no se atrevió a preguntar lo que iba mal, pues el rostro de Domenico realmente lucía terriblemente mal.

—Informaré a los hombres que estamos saliendo para que estén atentos —comentó Vittorio, Domenico se limitó a asentir.

Vittorio coordinó la salida de Trapani, sus hombres esperaban en Castellammare del Golfo y Alcamo, esto con el fin de impedir que mucha gente tuviera la ubicación exacta de Alessio Conte en la ciudad.

El viaje de regreso no fue lo mismo, el ambiente se sentía cargado de tensión y el aura que emanaba del cuerpo de Domenico le hizo sentir cierto miedo a Pilar, no sabía lo que había ocurrido en la conversación con su padre y los socios, pero fuera lo que fuera, parecía que no le había sentado nada bien.

Pilar cerró los ojos, era mejor ignorar todo lo que sucedía a su alrededor, estaban en la ciudad de Terrasini a solo veintitrés minutos de Palermo y entonces sería libre.

Domenico miró a Pilar apenas ella cerró los ojos, esa mujer estaba convirtiéndose en algo molesto en su vida, no solo era el deseo que su cuerpo sentía por ella, sino el deseo de sus familiares por darles pronto un heredero. La mirada de Domenico se deslizó por el rostro de Pilar hasta posarse sobre su vientre.

Él no necesitaba un heredero, él ya tenía a Paolo y eso era lo que realmente le enfurecía, su padre conocía la existencia de su hijo, sin embargo, pasaba de él como si Paolo no tuviese ningún derecho ¡Era su primogénito y él no pensaba echarlo a un lado por el hijo de Pilar!

El primer disparo sacó a Domenico de sus cavilaciones y lo puso en alerta.

—¿Qué pasa? —preguntó al ver a Vittorio desenfundar su arma.

—Estamos bajo ataque —avisó.

Domenico maldijo, echó la cabeza atrás para ver a varias camionetas cerrar el paso de sus hombres.

—¡Maldición! —gritó—. Sácanos de aquí —ordenó al piloto.

El hombre presionó el acelerador, mientras Vittorio trataba de pegarles a las llantas del auto que les perseguía, sin embargo, pronto una nueva camioneta les cerró el paso cerca de la curva entre Carini y Palermo.

Pilar abrió los ojos ante los movimientos bruscos del auto, pero no tuvo tiempo de preguntar, cuando varios disparos se escucharon.

—¡Mantén la cabeza gacha! —ordenó Domenico al verla moverse.

Pilar obedeció, se sentía confundida, pero su instinto le gritó que ahora no era un buen momento para hacer preguntas y menos cuando el auto se estacionó de manera brusca y fue sacada del brazo por Domenico con tal fuerza que su cadera golpeó contra la puerta, pero no había tiempo para quejarse o maldecirlo por su brutalidad.

Domenico gruñó cuando una bala le rozó el brazo; aun así, no se detuvo, corrió con Pilar hasta alcanzar las rocas que le permitían tener una mejor defensa.

Los disparos fueron un constante ir y venir. Domenico no sabía de dónde salían tantos disparos. Pero pronto escuchó varias camionetas estacionarse y rogó porque fueran sus hombres al rescate o de lo contrario estarían muertos.

—¡Son nuestra gente! ­—gritó Vittorio desde la parte alta de las rocas.

Domenico asintió, tomó una vez más el brazo de Pilar y corrió con ella para alcanzar la seguridad en una de las camionetas y solo respiró tranquilo cuando estuvieron dentro del auto.

—¿Se encuentra bien, señor? —preguntó el chofer.

—Sí, llévanos a Palermo —ordenó Domenico, mientras su cabeza empezaba a sospechar de todos, el ataque había sido muy bien organizado.

El hombre asintió y pisó el acelerador para recorrer los últimos quince minutos que lo separaban de la ciudad de Palermo.

—¿Pilar? —preguntó Domenico al sentir la cabeza de la mujer caer sobre su hombro.

—Es-estoy he-herida —musitó Pilar, mostrando su mano llena de sangre…

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