La sonrisa de Enrique vaciló.
Lucio era quien era en aquel entonces.
Si él fuera capaz, no se casaría con la hija mayor de la familia Fisher.
Afortunadamente, Sandra fue muy buena con su familia, al menos gracias a su sacrificio, sus padres, hermanos se beneficiaron un poco.
Era solo que no tenía mucha libertad, especialmente el dinero.
Sandra no le daba más de doscientos dólares al día para impedirle ligar con chicas.
Enrique quería tener una aventura, pero no tuvo agallas.
A lo largo de los años, había sido innumerables las bellezas que coquetearon con él, pero Enrique no se atrevió a aceptarlas, ni siquiera a decirles unas palabras.
Sabía muy bien lo cruel que era su esposa.
Si enojaba a su esposa, no solo tendría mala suerte, sino que su familia también se vería afectada.
Especialmente después de dar a luz a Chloe, su vida sexual con Sandra había disminuido mucho. Le preocupaba mucho haber perdido su utilidad y ser abandonado por Sandra, por eso no se atrevía a tener aventura.
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