Aunque a duras penas dejó vivir a Isabela, no pudo cumplir con su deber de madre. Estaba claro que era de su propia hija, pero no sentía ningún amor por ella. Tras la muerte de su ex marido, Isabela seguía siendo una niña pequeña y, como todos los niños, necesitaba mucho a su madre.
Cada vez que Isabela lloraba pidiendo un abrazo, Marisol hacía oídos sordos y, si se enfadaba, la apartaba de una patada.
La niñera estaba aterrorizada.
Pero cuanto más odiaba a Isabela, no importaba si la pegaba, la regañaba o incluso la pateaba, la pobre pequeña Isabela seguía llorándo y gritando.—Mamá, un abrazo.
Tras la muerte de su ex marido, ya no tuvo que fingir, y le resultaba imposible abrazar a Isabela.
Así que ordenó a la niñera que se llevara a su hija fuera y que no apareciera delante de ella, odiaba ver a su hija con esa cara.
Los rasgos de Isabela eran una combinación de los buenos de sus padres, parecía tanto a su padre como a Marisol, pero Marisol se hartaba mucho de ella.
La niñera llevaba