Mundo ficciónIniciar sesiónNi siquiera llamé a Kevin. Caminé directamente hacia la caja, pagué mi cuenta con movimientos automáticos y salí del restaurante sin mirar atrás. Quería irme de aquel lugar cuanto antes. Las parejas enamoradas, las risas suaves, las miradas cómplices y el ambiente empalagoso comenzaron a provocarme náuseas. Sentía que cada gesto de amor a mi alrededor era un recordatorio cruel de lo que yo no tenía en ese momento.
Si la noche anterior, cuando llegué al Gran Hotel, el clima había sido fresco y agradable, ahora era como caminar en medio del hielo. El viento soplaba con fuerza, frío y despiadado, rozando mis piernas sin permiso, colándose por debajo del vestido y haciéndome estremecer. Comencé a caminar por la acera con mis tacones finos, sintiendo cómo el sonido seco de cada paso se perdía en la calle casi desierta. No esperaba nada de nadie en esos momentos, pero, siendo honesta conmigo misma, me habría encantado tener un ángel que apareciera de la nada y me sacara de allí.
Como si alguien hubiera escuchado mi súplica silenciosa, un automóvil oscuro se detuvo a mi lado. El sonido del motor disminuyó hasta apagarse, y la ventana polarizada descendió lentamente. Una sonrisa brillante apareció tras el vidrio.
—Esperaba cualquier cosa menos verte aquí.
Aquella voz ya se me hacía familiar. Me detuve en seco y, por primera vez desde que salí del restaurante, permití que una pequeña sonrisa se dibujara en mis labios. Al parecer, Leandro había decidido convertirse en ese ángel inesperado.
—Una extraña coincidencia, ¿no crees? —respondí.
—¿Insinúas que fue el destino? —preguntó mientras bajaba del automóvil y se acercaba a mí con pasos tranquilos.
—Tú lo dijiste, no yo.
—Bueno, doctora Sofía —dijo con una media sonrisa—, iba camino a una reunión bastante aburrida y, para ser sincero, estaba buscando un acompañante. Y por obra del destino —añadió con ironía, enfatizando la última palabra— me encontré con una dama caminando sola en medio de la nada.
—La verdad es que no tengo muchas ganas de salir —comenté, dando un pequeño paso hacia atrás—. Además, no sería muy profesional de mi parte subirme al automóvil de mi jefe.
—Si tienes planes mejores que ir a fingir diversión a un lugar lleno de personas estiradas que solo hablan de cuánto dinero ganan al año, no te obligaré.
Giró levemente el cuerpo, como si realmente fuera a marcharse. Sin pensarlo demasiado, estiré la mano y tomé la suya para detenerlo.
—Espera.
—Sabía que no podrías resistirte a mi invitación, Sofi —dijo con una sonrisa confiada mientras abría la puerta del copiloto.
A pesar de todo, Leandro era atento y educado. No sabía mucho de él, ya que no lo conocía lo suficiente, pero estaba claro que debía ser un hombre importante. Nadie llegaba del extranjero y compraba un hospital como si fuera lo más normal del mundo sin tener poder, dinero e influencia.
—Cuéntame un poco de ti, Sofi —dijo mientras se incorporaba al tráfico—. Sé que eres médica, pero no sé mucho más.
—Aunque dudo que no sepas quién soy, te lo diré —respondí mirando por la ventana—. Soy Sofía Adams, doctora especializada en cardiología, esposa de Matt Stone, uno de los empresarios más famosos y exitosos del país. Llevo varios años casada y vivo a las afueras de la ciudad con mi esposo y el personal de servicio.
—Ya veo —respondió—. Perdona la intromisión, y espero que no sea desagradable, pero ¿cómo conociste a Matt?
—Fue cuando atendí a Philip en el hospital. Nos llevamos bien desde el principio y todo ocurrió muy rápido. Decidimos casarnos sin pensarlo demasiado.
Leandro guardó silencio durante unos segundos.
—¿Te casaste por amor?
Iba a responder, pero el automóvil se detuvo. Frente a nosotros había una larga fila de autos de lujo estacionados a las afueras de una enorme mansión. Mis ojos se abrieron de par en par y lo miré con una expresión completamente desconcertada. No podía creer que me hubiera traído allí. Claro que debía haberlo supuesto; Leandro pertenecía a ese mundo.
—¿Por qué estamos aquí? —pregunté, apretando el bolso contra mi cuerpo.
—Ya te lo dije. Necesitaba acompañante para una reunión de gente estirada. Tenía que ponerle emoción al lugar —respondió mientras bajaba del auto y se acercaba a abrir mi puerta.
—Lo lamento mucho, Leandro, pero no entraré —dije con firmeza, aunque mis piernas temblaban como gelatina.
—Vamos, solo serán unos minutos.
—No entiendes. Mi esposo está adentro. No puedo entrar contigo —susurré para que solo él pudiera escucharme.
—¿Te esconderás de tu esposo, el mismo que sale con su secretaria? —preguntó sorprendido.
Tenía razón. ¿Cómo iba a esconderme en una gala donde todos los CEOs asistían con sus esposas, presumiendo quién tenía a la mujer más hermosa, mientras el hombre que se suponía debía presumirme a mí estaba acompañado por otra?
—Yo…
—Vamos, lo peor que puede pasar es un par de fotos en los medios —insistió.
Extendió su mano para ayudarme a bajar. Era extraño recibir tanta atención y caballerosidad cuando Matt se la estaba dando a otra mujer. Debía admitir que Leandro era atractivo, pero yo seguía casada con Matt, y aunque él me fuera infiel con Anaís, yo continuaría siendo fiel al contrato que había firmado.
Caminamos hacia la mansión. El evento ya había comenzado hacía horas y llegaríamos tarde. Sabía que al entrar todos nos mirarían, pero ya no me importaba. No me quedaría de brazos cruzados.
Cuando se abrieron las grandes puertas, nuestras figuras quedaron expuestas ante la gran sala. Las miradas se clavaron en nosotros, los murmullos comenzaron. Evité levantar la vista para no encontrarme con Matt, fingiendo no conocer a nadie.
Conversamos con varias personas que parecían conocer a Leandro. Hablamos de negocios y trivialidades. Gracias a Philip, había aprendido a desenvolverme en ese mundo, a sostener conversaciones estratégicas y atractivas.
Más tarde, me alejé para ir al baño. Caminé rápido, intentando pasar desapercibida, pero fue inútil. Anaís estaba frente al espejo.
—Oh, Sofía, qué sorpresa verte aquí —dijo fingiendo alegría.
—Necesito ir al baño.
Entré a un cubículo y maldije mentalmente al ver que seguía esperando afuera.
—¿Te gusta? Matt me lo compró hoy —comentó—. Dijo que debía lucir hermosa para la gala.
—En absoluto —respondí—. Mi esposo siempre ha sido generoso.
Antes de irme, susurró:
—Ahora que llegué yo, es cuestión de tiempo para que te cambie.
Salí. Para mi sorpresa, Matt estaba afuera. Al verme, palideció.
—Sofi, yo…
—No importa. Mi acompañante me espera —lo interrumpí.
—¿Acompañante? —preguntó con brusquedad.
—Hola —dijo Leandro.
El rostro de Matt se tornó rojo de ira.







