Juan tuvo un poco de curiosidad por saber de dónde sacaba estos ingresos.
Soledad le miró, muy alerta, y guardó la cajita en silencio.
—No te preocupes, no tocaré tu dinero—Juan podía ver lo que ella estaba pensando—¿Pero puedes hacerme un favor y contactar con mis amigos por mí? Prometo darte una gran suma de dinero...
—¡No es posible!—le interrumpió Soledad.
—¡Soledad, por favor!
—¡Ni pensarlo! ¡Nunca voy a llamar a la policía!
Una expresión de enfado apareció en su pequeño y apuesto rostro, una mirada feroz que distaba mucho de la chica que tan bien había cuidado de él.
A Juan le dio un vuelco el corazón: —No voy a llamar a la policía, sólo me pongo en contacto con mis amigos...
—¡Seguro que tus amigos llamarán a la policía! —Gritó Soledad—. De todos modos... Si me arruinas la vida, ¡tampoco te lo pondré fácil!
Cuando terminó, lo fulminó con la mirada y se dio la vuelta para salir, dando un sonoro portazo.
Juan volvió a oír el familiar sonido de bloquear la puerta. Le entró pánico