**HENRY**
El despacho de mi superior siempre me recuerda a un campo de batalla: no hay humo, ni pólvora, pero sí la misma tensión, el mismo olor a órdenes inquebrantables. Toco la puerta y escucho esa voz grave que me ordena entrar.
Camino con la espalda erguida, los pasos calculados, cada movimiento medido. La disciplina no se me escapa ni siquiera cuando por dentro arde una tormenta que me consume. Mi entrenamiento dicta que no debo mostrar fisuras, pero hoy siento que las grietas se expanden por dentro como un cristal quebrado. Porque, por primera vez en mi vida, rechacé una misión. Una sola palabra —“no”— y de pronto llevo el peso del mundo sobre los hombros. Más que cualquier arma, más que cualquier combate, esa decisión me atraviesa como un proyectil invisible.
Me planto frente al escritorio, listo para ver el rostro adusto del coronel Vega, preparado para su inevitable reprimenda. Pero entonces me detengo en seco.
Ella está ahí… La coronel Ángela Carter.
Su sola presencia llena