64. Berrinche
Stefanos
El cielo empezaba a clarear cuando abrí los ojos.
La luz suave de la mañana se filtraba por las cortinas, y el mundo parecía suspendido por un instante. El calor de su cuerpo todavía estaba allí. Nuria dormía profundamente, la respiración lenta, los labios entreabiertos, el cabello esparcido por la almohada como una sombra oscura.
¿Y yo? Yo estaba jodido.
Mis músculos dolían por no moverme. Mi mente, por no poder desconectar. Y lo peor de todo era… cuánto la deseaba.
Cada vez que mis ojos se posaban en ella, cada vez que imaginaba ese cuerpo arqueándose bajo el mío, los labios gimiendo mi nombre, de todas las formas posibles, se estaba volviendo casi imposible controlarme.
Si no salía de allí ahora, iba a terminar haciendo una estupidez. De esas que no tienen vuelta atrás.
Mi lobo estaba inquieto, hambriento de ella. Pero más que eso: yo estaba involucrado. De una manera que no quería. De una manera que no permitía.
Salí de la cama con cuidado, sin despertarla. Fui al vestido