18. La sorpresa del Alfa
Stefanos
El silencio de mi habitación nunca pareció tan ruidoso.
Cada fibra de mi cuerpo todavía vibraba con lo que acababa de presenciar.
He estado en muchos conciertos. He escuchado a los mejores músicos humanos. Pero nunca —nunca— había sentido algo así.
Lo que Nuria hizo en esa sala...
Aquello no fue solo música.
Fue un hechizo.
Mi loba rebelde acababa de mostrarme un lado suyo que no tenía idea de que existía.
La pasión. La entrega. El deseo ardiente de perderse en la melodía.
La forma en que se movía con el violín, como si fuera una extensión de su propio cuerpo, como si estuviera bailando para la propia Diosa...
Mi lobo estaba inquieto. Y, para empeorar, yo también.
Sabía que si me hubiera quedado allí más tiempo, habría hecho algo que no debía.
Poseerla allí mismo, entre teclas y cuerdas.
Maldición.
Me pasé la mano por el pelo, empezando a caminar de un lado a otro por la habitación. Necesitaba recomponerme. Necesitaba controlar esto.
Pero mi cuerpo ardía.
Fue entonces cuando