Mientras le preparaba la cena a Selena, Andrew recibió mi mensaje y se quedó helado.
En siete años jamás mencioné la palabra ruptura; valoro la relación más que nadie.
Él me canceló 66 bodas y aun así me quedé. Bastó que yo cancelara una para que se le llenaran los ojos de lágrimas y empezara a bombardearme con mensajes desesperados.
Pero ya lo bloqueé: cada intento rebota con una notificación fría.
Selena salió del baño, aún chorreando, con una blusita de tirantes:
—Andrew, ¿qué tanto divagas? ¡Se te quemó el bistec! Tengo hipoglucemia, ¿puedes concentrarte?
Él ni la peló, así que entró a la cocina y alcanzó a ver mi texto de despedida. Sus ojos brillaron de satisfacción:
—Ivy está loca —suelta—. ¿Terminar contigo? ¡Si no hay hombre mejor en el mundo!
Lo rodeó con los brazos, el cabello húmedo sobre sus hombros como un anzuelo:
—No te pongas triste; si te duele, nos echamos unas copas…
Andrew la apartó de golpe, todo ese coraje por la ruptura volcado sobre ella:
—No me provoques. Eres