Al día siguiente el celular de Andrew empezó a sonar.
Seguía con la cruda, pero se obligó a incorporarse; al ver que la llamada no era mía, lo arrojó con desánimo de nuevo sobre la cama.
El timbre insistió. Fastidiado contestó y escuchó la voz débil de Selena:
—Andrew, ¿por qué no vienes al hospital? El abuelito de la cama 8 me acaba de pellizcar la nalga y… tengo miedo.
Andrew colgó de golpe. El gesto dejó a Selena pasmada: él jamás le negaba ayuda.
Arremetió con más llamadas. Cuando Andrew volvió a responder, ya no tenía paciencia:
—Si pasa algo, ve con la jefa de enfermeras. ¡No me busques por todo!
Por fin la rechazó; si yo siguiera aquí, me habría dado un gusto enorme… pero ya no estoy y lo nuestro no tiene retorno.
Selena conocía su punto débil. Susurró:
—Andrew, acabo de oír que Ivy va a renunciar…
Andrew se puso en pie de un salto.
Creía que solo era un berrinche: pensaba que, si quería, podía reconquistarme en cualquier momento. Recordó haberme visto hablar de la renuncia con