Las luces del hospital ya no se sentían frías. No eran las mismas que habían iluminado tantos momentos de angustia; ahora, brillaban con la dulzura de una nueva esperanza.
Aurora y Alexander caminaban por el pasillo tomados de la mano, rodeados del silencio sereno que precede a los grandes instantes de la vida.
—No recuerdo la última vez que estuve en un hospital sin chaleco antibalas —susurró Alexander, esbozando una sonrisa.
Aurora lo miró de reojo, divertida. —Y yo no recuerdo la última vez que vine sin temer por mi vida.
Ambos se detuvieron ante la puerta del consultorio. El cartel decía Ecografías – Obstetricia. Aurora entrelazó sus dedos con los de él.
—¿Lista? —preguntó Alexander.
Ella inhaló profundamente. —Sí. Pero si lloro, no digas nada.
—Solo si yo no lloro primero.
Entraron. La doctora los saludó con calidez y les pidió que se acomodaran. Aurora subió con cuidado al diván, mientras Alexander se sentaba junto a ella, sin soltar su mano ni un solo segundo.