Un silencio sepulcral invadió el jardín trasero. Todos me miraban como si hubiera dicho la peor de las blasfemias. Dylan se levantó enseguida.
—Mi amor, cálmate, no tienes por qué ponerte así —murmuró con voz suave.
Intentó tomar mis hombros, pero retrocedí.
—Harper, siéntate y deja de comportarte como una niña caprichosa —ordenó mi madre con esa autoridad inquebrantable y una mirada dura—. ¡Si yo digo que la boda será en un mes, así será!.
El aire en mis pulmones ardía.
«¡Un mes! ¡Un mes!