Dejaron al Maiasaura encerrado ahí. El hombre gritó y golpeó la puerta, pero Bastian se encogió de hombros.
— Tranquilos, no podrá salir. Muchos lo han intentado y nadie lo ha conseguido. Necesito el libro de los hechizos. Imagino que aún debe estar en la habitación de mi padre. — Alexander volteó a mirarlo y le apoyó la mano en el fuerte pecho.
— ¿Quieres que te acompañe? — Pero Bastian negó. — Estaré bien. Regreso en un minuto. — Luego salió corriendo tan rápido que Analía apenas pudo ver una sombra borrosa que cruzó el pasillo.
— Mientras veníamos para acá, — dijo Barry, — vi donde guardaban los uniformes. Voy a cambiarme. Farid, ¿vienes conmigo? — El lobo viejo asintió y, en su forma de lobo, caminó por los estrechos corredores siguiendo a Barry.
— Traigan algo para Analía. En la parte superior están los uniformes para las mujeres. No importa el color que sea, creo que ya no importa, — les dijo Alexander.
Cuando los dos se quedaron solos, se recostaron en la puerta