36| La esclava.

Analía se quedó al lado de Salem. El hombre se tensó por un momento, pero después de un largo minuto, negó con la cabeza.

— No, no quiero hacerlo.

— Lo entiendo — le dijo Analía — . Entiendo que no quieras contarme esto, pero sabrás que tienes que hacerlo en algún momento. ¿Has hablado de esto con alguien alguna vez?

Él negó con la cabeza.

— Nunca — murmuró.

— Entonces tendrás que hacerlo. ¿Qué harás cuando llegue tu luna? Cuando ella llegue, deberás estar preparado para ella.

Analía trató de que su voz no reflejara el dolor que sentía, pero Salem lo notó, porque levantó la mirada hacia ella, clavando sus ojos rojos en su frente.

— Yo era un muchacho — comenzó a contar el alfa — No recuerdo cuántos años tenía, tal vez veinte. Llegué a la ciudad cuando era un niño. Mi padre era un lobo de esta ciudad y había embarazado a mi madre, una aldeana de un pueblo al sur de Agnaquela. Ella era una humana sencilla y bruta. La recuerdo bien, recuerdo sus palizas, recuerdo el odio con el que
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