POV de Aurora
La lluvia caía fina sobre la ciudad, lavando los tejados como lágrimas silenciosas del cielo. Ajusté mi viejo abrigo alrededor del cuerpo delgado y corrí por las aceras mojadas, los sonidos de mis tenis resonando como los latidos de un corazón apresurado. La entrevista de trabajo había sido un desastre—una puerta cerrada en mi cara. Me detuve frente a un edificio lujoso en el centro financiero y me quedé mirando el reflejo de una mujer cansada y empapada. “Si al menos pudiera empezar de nuevo…” Voy a contarles mi historia. No fue nada fácil, pero, gracias a Dios, todavía estoy aquí, y voy a luchar hasta el final por las personas que amo. --- Yo soy Aurora Lemos, tengo 23 años. Soy hija de un mecánico que hizo todo lo posible para asegurar el pan en nuestra mesa. Lamentablemente, mi padre tiene un problema cardíaco, algo que descubrió después de casarse con mi madre, a los 28 años. Desde entonces ha tenido varias recaídas, pero sigue firme, y yo lo amo mucho. También tengo una hermana, Sofía, de 17 años. Ella tiene el mismo problema que mi padre, pero fue diagnosticada antes. La enfermedad se manifestó cuando tenía apenas tres años, y desde entonces vive con aparatos médicos. Su vida era básicamente de la casa al hospital y del hospital a casa. Aun así, Sofía es hermosa y llena de sueños, y su salud frágil nunca le impidió ser optimista. Nunca deja que su condición defina quién es. --- Cuido a Sofía con mucho cariño. Las dos tenemos un lazo fuerte y muy afectivo. Sofía es la razón por la que hago todo lo que hago. Es por ella que trabajo duro, es por ella que busco el éxito. Quiero tener suficiente dinero para cuidarla, para asegurar que tenga una oportunidad de curarse. ¿Y mi madre? Ah… mi santa madre. Ella siempre soñó con una vida de lujos. Se casó con mi padre pensando que tendría riqueza. Pero, después de unos cinco años de matrimonio, todo se vino abajo. Mi padre perdió el trabajo en una de las mejores empresas de autos del país. Ella vio cómo su vida cómoda se desmoronaba. No éramos ricos, pero vivíamos bien. Y fue después de que mi padre perdió el empleo, cuando Sofía nació y su salud empeoró, que empezamos a enfrentar problemas económicos. Mi madre, que había sido usuaria de drogas, volvió a los viejos hábitos. Después de tenerme, había dejado de consumir, pero cuando la situación se volvió crítica, empezó a vender su propio cuerpo para conseguir dinero. ¿Cómo lo sé? Porque la escuché confesarlo frente a mi padre, y hasta decía, sin pudor, que los hombres con los que se acostaba eran mejores que él. Lo decía frente a mí y a Sofía. Mi padre trató de protegernos de eso. Nos alejaba, nos llevaba al cuarto para que no escucháramos sus palabras crueles. Yo sé que sufrió, pero nunca dejó de cuidarnos. A pesar de sus recaídas, a pesar de su corazón débil, él siempre estuvo ahí, cuidando de mí y de Sofía. Y mi madre… bueno, ella decía que éramos un grupo de enfermos, que le dábamos asco. Cuando Sofía cumplió seis años, mi madre nos abandonó. La salud de mi hermana estaba muy mal, necesitaba un trasplante de corazón urgente. No teníamos dinero suficiente, y lo poco que había, ella lo robó y se fue sin mirar atrás. Mi padre quedó destrozado, y Sofía, con miedo. Yo no me importé con su ausencia. Nunca tuvimos una relación de madre e hija, nunca esperé nada de ella. Pero mi padre sí se importó. Tanto, que poco después también terminó hospitalizado, y ahí lloré… lloré porque las dos personas que más amaba podían morir. En ese momento dejé de ser niña. Con apenas 13 años tuve que crecer, volverme adulta y dejar atrás mi infancia. Empecé a vender lo que podía en la calle. Nunca me quejé. Nunca pedí ayuda. Solo quería cuidar de los míos. --- La casa a la que nos mudamos era pequeña, con solo dos cuartos, una sala que también era cocina y un baño. Al menos teníamos un techo, y eso bastaba. Poco después, la policía llegó a nuestra puerta. Encontraron el cuerpo de mi madre en un callejón, probablemente víctima de un crimen relacionado con sus vicios. Mi padre lloró. A pesar de todo, aún la amaba. Sofía no supo de la muerte de mamá el primer día; solo en el funeral. Ella no entendía bien lo que significaba la muerte, pero sintió que algo andaba mal. Y yo… yo no derramé una lágrima. No podía. Ya había llorado demasiado por ella. --- En el nuevo barrio conocí a vecinos y a un gran amigo, que después de unos años se fue. Hasta hoy lo extraño. Pero también hice una nueva amiga: Margot. Ella es una mujer hermosa, de piel morena profunda y cabello rizado largo. Tiene tatuajes discretos en los brazos y, aunque creció en un orfanato, no encaja en el estereotipo de “niña buena”. Margot tiene un estilo alternativo, con ropa negra y accesorios góticos. Margot tiene 22 años, un año menos que yo, pero la vida la hizo madurar pronto. Nunca conoció a sus padres. Creció en un orfanato y, a los dieciocho, tuvo que salir y enfrentarse sola al mundo. A pesar de todo, es fuerte, resiliente, divertida… y extremadamente protectora conmigo y con Sofía. Ella guarda sus dolores en silencio, pero sé que sufre. Aun así, nos complementamos. Somos más que amigas. Somos hermanas de alma. Somos familia. Y nos amamos profundamente. --- Yo solo no tuve valor para contarle lo que pasó ayer. Enzo… mi exnovio. Ex, oficialmente, hace unas horas. Descubrí que me engañaba con una compañera de trabajo. ¿Cómo lo supe? Recibí un mensaje anónimo. Un chat asqueroso entre los dos, hablando de lo bien que se la pasaban en la cama y de los próximos encuentros que planeaban. Estaban juntos desde hacía meses. Y en los momentos en que más lo necesitaba —como cuando Sofía estaba mal— él decía que estaba ocupado. Ahora sé en qué. Los vi juntos ayer. Los enfrenté. Y lo que él me dijo… fue como una puñalada en el pecho. Me llamó analfabeta. Dijo que solo estuvo conmigo para quitarme la virginidad. Que odiaba a mi familia. Que todos éramos unos enfermos. Y que no le importaba nada Sofía. En ese instante, mi cuerpo tembló. La garganta se cerró. Solo pude decir: — Desaparece de mi vida. Él entendió. Era el final. Volví a casa y lloré sola. Por suerte, papá estaba trabajando como mecánico, y Sofía estaba en la escuela. Gracias a Dios, en los últimos días se ha mantenido estable. El tratamiento es urgente, pero ella insiste en no dejar los estudios. Quiere superarse. Igual que yo. --- Cuando tiene tiempo, Sofía se refugia en los libros. Lee de todo. Quiere aprender, crecer, no depender de una sola salida. Es brillante con los cálculos, como yo. Tal vez sea de familia. Pensamiento rápido. Y, por increíble que parezca, hablamos otros idiomas. Autodidactas, determinadas, soñadoras. Yo sueño con el día en que pueda terminar mis estudios y darle una vida mejor a quienes amo. A Sofía. A Margot. A papá. A todos. Dios mío, cuánto quisiera que todo fuera distinto… Pero aun así agradezco. Por cada minuto que el Señor me da con Sofía. Por permitirme intentarlo. Por aún tener tiempo de encontrar una salida. Y entonces me di cuenta: estaba parada, mirando aquel enorme edificio de finanzas. Había olvidado por completo dónde estaba y no noté cuándo… ---