–Pero señora Amara… usted sabe que tengo un día libre a la semana –dice Kate en tono suave, aunque la frustración se asoma por el filo de su voz. Habla como quien intenta contener una tormenta interna, con la paciencia de alguien que ya ha cedido demasiado.
Amara la mira con los ojos encendidos, con respiración agitada, como si cada palabra fuera una bomba a punto de estallar. Da un paso hacia ella, sin apartar la mirada.
–Eso fue antes de que tu amigo –escupe la palabra con una ironía venenosa –decidiera renunciar sin previo aviso. Y gracias a eso, lamentablemente, la única persona en la que todavía confío para mantenerme viva… eres tú– su tono es duro, seco, pero debajo de esa dureza late algo más: decepción, resentimiento, cansancio.
Se acerca un poco más. –Y no me tomes por tonta, Kate. Tú fuiste la que lo empujó a renunciar. Así que ahora hazte cargo de tus acciones. Haz tu maldito trabajo, como se espera de ti–susurra, con veneno
Kate frunce los labios, pero en lugar de retroc