Horas después
La noche cae sobre la ciudad como una sábana de terciopelo oscuro, silenciosa y profunda. La mansión parece sumida en un letargo elegante, sin música, sin invitados, sin brindis. Solo ellos dos existen, respirando juntos, con la certeza de que esta noche no necesitan testigos ni palabras vacías.
Liam deja las llaves sobre la mesa y se queda mirando el ventanal del salón principal. Afuera, la lluvia dibuja finas cortinas plateadas sobre la ciudad, y la luz de los faroles se quiebra en el agua como fragmentos de un sueño. Amara camina detrás de él, descalza, con los zapatos colgando de una mano, como si el mundo entero pudiera esperar mientras ellos se acercan.
–No puedo creer que lo logramos –dice ella en voz baja, apenas un hilo, pero cargado de emoción.
Liam se gira, y sus ojos encuentran los de ella, profundos y cálidos, pero con una sombra de cansancio y alivio que los hace más humanos. –Yo… yo tampoco –responde, con un hilo de risa tensa que se disuelve en el sil